miércoles, 6 de abril de 2011

Violencia y literatura: Entrevista a Jorge Santiago Perednik * - Última parte

* por Edit Tendlarz (publicado en el Aperiódico Psicoanalítico)


−Cuando en los medios y en la calle se habla de una violencia sin códigos, entendiendo códigos como aquello que de alguna manera la sociedad justifica, ¿podríamos estar hablando de esa pulsión, una de las más antiguas que Freud llama en El porvenir de una ilusión, el gusto de matar?

−Ese gusto de matar, que el escrito freudiano considera una de las pulsiones más antiguas en el ser humano, es también según Freud una orden dada por la cultura. Lo anota una sola vez y como al pasar, pero tiene máxima importancia porque crea una tensión entre lo pulsional y lo cultural, que dejan escuchar órdenes distintas. Porque al mismo tiempo que la cultura dice “mata” emite otro mandato, "no matarás". Esto según Freud es cultural, y entra en la categoría de las prohibiciones, para mí también es pulsional; hay, con el gusto de matar, un horror a matar que es una pulsión fuerte, además de una prohibición de la cultura. Desde el interior y el exterior, por dos vías, se le ofrece a la persona esta contradicción, “mata”, “no mates”, que la sociedad no puede resolver, pero de la que no se puede desentender, para que sea resuelta en el ámbito del individuo. La cultura también ofrece a la contradicción, en cada época, modos de expresión distinta y modos de ocultamiento distintos. Cuando en una sociedad se incrementa el número de quienes gozan con el “mata”, hay que pensar qué está pasando. Estamos azorados hoy con el gusto por matar encarnado por la delincuencia de origen marginal, con el número creciente de adeptos a este gusto, pero ya nos olvidamos que en los 70, ayer no más, había un gusto de matar justificado por ideologías, esto es, que revestía formas culturalmente sofisticadas. Y que otra forma sofisticada recurrente en la historia y madre de las peores crueldades es el gusto de matar alentado desde las religiones contra adeptos a otras religiones. Alarma a muchos en la actualidad que para tantos individuos sea más fuerte el gusto matar que su contrario, y alarma a muchos también otro fenómeno asociado y es que la sociedad desde sus instituciones, al mismo tiempo, se haya desentendido en los hechos del problema, ejerza uno de los niveles más bajos de contención delincuencial desde el poder. Cabe preguntarse hasta dónde estos fenómenos no están vinculados, hasta dónde una violencia que era despiadadamente estatal durante la dictadura, ahora que el Estado decide abstenerse de intervenir, sin que nada en las circunstancias lo justifique, no emerge bajo otra forma, el estatismo por omisión. Y hasta donde esta conducta omisiva no está ligada a un uso delincuencial del Estado por parte de los funcionarios. Como si la corrupción gubernamental no quisiera meterse con su reflejo marginal o encontrara allí nuevas posibilidades. Esto se relaciona con la pregunta anterior, y habría que decir que los funcionarios practican una doble política con el nombre del padre: son kleinianos, si vale la broma, disponiendo de un nombre del padre bueno y uno malo según los momentos y los hijos.

−El psicoanálisis al brindar la posibilidad de abrir un espacio privilegiado de diferenciación con el otro, ¿podría operar como un paliativo hacia la violencia?

−El psicoanálisis, como la literatura, son instancias de diferenciación con el otro y también de mediación con uno mismo, y como tales, sin duda, paliativos contra la violencia. Pero las preguntas que aquí se formulan tienen un contexto que no es la violencia, un componente usual en toda sociedad, sino el exceso de violencia, la hiperviolencia cotidiana, la violencia plus, un momento excepcional en la vida de las sociedades. Es una respuesta de lo real de la marginación a un pedido imposible de la ficción de los objetos: cómprenme, y si no pueden, consíganme de manera fácil. O a un pedido del camino de éxito que marca la sociedad: enriquézcanse, y si no pueden mediante el trabajo, busquen alguna otra vía. La pregunta de lo real es: cuando un ladrón sube a un colectivo y después de robar al chofer le corta varios dedos, o cuando asalta la casa de un viejito y después de robarle todo lo ata y le prende fuego, en eso consiste la violencia plus, ¿qué pueden hacer la literatura o el psicoanálisis, qué pueden paliar? Estarán las sesiones de consulta profesional y los libros a disposición del chofer o el viejito y como paliativos a sus convalecencias, pero también estarán el espejo y los ojos para ver las quemaduras y los dedos que faltan. Peor son esos casos cada vez más numerosos en que las víctimas de robo son asesinadas sin necesidad, porque sí, ilustraciones casi perfectas de una hipótesis de Freud que uno quisiera exagerada: el gusto por matar convertido en gesto cultural. Hoy leo en internet, en la página de Clarín.com este titular: “Le roban las zapatillas y el celular y luego le pegan un balazo en la cabeza.” Ese “luego” termina de armar la violencia plus como un movimiento de dos pasos: ya tenían las zapatillas y el celular, ya realizaron el mandato del consumismo; el segundo momento, gratuito, es darle un tiro en la cabeza. Pedir que el psicoanálisis o el arte cambien este aspecto de la cultura, algo que los excede por completo, es proponer, porque los paliativos no cambian el mundo, que no queda nada por hacer. Sin embargo, cuando el presente trágico alcanza tamaña magnitud, al revés de lo que afirmaba el diseño griego clásico de la tragedia, queda todo por hacer, aunque no sea tarea del psicoanálisis o la literatura. ¿Cuál es el hacer de los funcionarios sobre el hacer de la violencia? Sacarle provecho: en el caso menos criticable considerarlo un buen tema para los discursos.

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