miércoles, 28 de diciembre de 2011

La respuesta a un discurso de violencia* - Última Parte




*Por Adela Fryd (Miembro de la EOL – AME)
Artículo publicado en el “Aperiódico Psicoanalítico”

Quisiera entonces destacar aquí que lo que se pone en juego son sujetos que deniegan, llegando a desconocer lo más oscuro e inquietante que los alberga. O, al decir freudiano, las pulsiones que los habitan. Pero si bien se trata de niños que no llegan a ningún reconocimiento ni de sí mismos ni del Otro, estigmatizados por una indiferencia atroz, su posición es una respuesta con la que cuentan frente al traumatismo producido por estos encuentros paradigmáticos del Otro que no existe en esta época.
Por ello, quedan fragilizados frente al hecho traumático y, a diferencia del caso de Claus y Lucas, en el cual la responsabilidad por la respuesta se plasma en las diversas actuaciones de la vida, en estos casos se trasluce una irresponsabilidad ante el propio goce, que a su vez redunda en una imposibilidad para poder responder o escuchar sus propias satisfacciones sintomáticas.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

La respuesta a un discurso de violencia* - Sexta Parte

*Por Adela Fryd (Miembro de la EOL – AME)
Artículo publicado en el “Aperiódico Psicoanalítico”

El niño nace en un vacío, en un lugar donde el Otro lo espera o no. Casi siempre vemos, cuando nos traen al niño a una consulta, que un otro lo alojó de alguna manera. Es ese encuentro lo que le va a plantear la entrada en un discurso parental. Le va a poner palabras a ese goce sin palabras, a eso que perdió al nacer y que nunca va a reencontrar. A ese encuentro, Lacan lo va a llamar “el niño traumatizado”, traumatizado por su goce, por sus satisfacciones, traumatizado por ese encuentro que no se sabe cómo va a recibir o escuchar. Existe un ejemplo importante en la clínica, que relata Lacan en el Seminario XI: “Ví con mis propios ojos el mutismo de un niño que no había sido escuchado en su voz en el momento oportuno”.[1] Lacan nombra la mirada, para poder decir que vio con sus propios ojos a un niño que no había sido escuchado precozmente, y en el momento su voz no había sido escuchada. Frente a este acontecimiento el niño entra en un mutismo total. Él no responde con su voz, porque no le respondieron a su voz.
Cuando ningún Otro regula, lo que aparece es un comandamiento, que resulta muy común en esta época, que impone el gozar. Lo vemos, por ejemplo, con las drogas; muchos chicos se sienten interpelados a probar ciertas drogas, o incluso a exhibir su capacidad de ser violentos. Se sienten obligados a mostrar frente a los otros la violencia. Éric Laurent lo plantea como una antinomia entre el goce narcisista y la disposición al Otro. Ubica a estos niños en una tiranía narcisista -como lo llamaba Lacan- donde lo que se produce es la tiranía de todos o el tormento del yo.[2]
Ante estas destituciones tan tempranas del Otro, aparece entonces como respuesta un empuje a la impulsión. El cuerpo propio del niño con su violencia aparece como un Otro. Si el niño rechaza tomar los significantes del Otro, podrá llegar a optar por una falsa separación en forma de una verdadera fuga por el lado motriz. Así es como las satisfacciones se presentan más directamente al sujeto a través de gadgets (como por ejemplo la Playstation, la Wii y los juegos de computadora). El gadget es prácticamente una práctica autista, condensa una satisfacción autoerótica, porque claramente no pasa por el Otro. Son niños que no pueden acceder a los productos de un discurso, como cuentos, historietas o montajes de ficción con muñecos. La satisfacción está tan ligada a los objetos que lo que muestran los gadgets es cómo “el objeto tiene más valor que el ideal.”[3]


[1] Jaques Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires: Paidós, 1987.
[2] Éric Laurent, “La tiranía narcisista”, en Uno por uno, n° 39, 1994.
[3] Éric Laurent y Jacques-Alain Miller, El Otro que no existe y sus comités de ética, Buenos Aires: Paidós, 2005.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

La respuesta a un discurso de violencia* - Quinta Parte

*Por Adela Fryd (Miembro de la EOL – AME)
Artículo publicado en el “Aperiódico Psicoanalítico”

Un niño irrefrenable de tres años que llamaremos S., con una llamativa lucidez dice: yo hago lo que quiero, yo decido lo que quiero y yo voy a decir lo que se tiene que hacer. Cuando organizan una salida y le piden que se ponga las zapatillas, él contesta: no, me voy a poner las zapatillas de papá. Este niño maravilló a los padres porque mostró una soltura muy diferente a sus otros hijos. Aparecía como un meteorito extasiando a la madre con su simpatía y se ubicaba como el ideal de su padre, ya que a su padre le hubiera gustado ser aquello que es su hijo. ¿Por qué vienen entonces a la consulta, si este niño es maravilloso?
El problema era que su hijo, supuestamente excepcional, se había tornado intratable; según ellos, pretendía ser reconocido a cada minuto en lo que decía, lo cual era una locura. Este niño era un revolucionario de sí mismo. Permanentemente tenía que estar justificado y autentificado por el Otro. Este exceso que estamos describiendo terminó siendo un exceso de goce para el niño mismo. Se encontraba excedido porque ninguna de las palabras que le ofrecía el Otro podía pacificarlo.
Este objeto precioso que, en un punto, fue para los otros también, es su responsabilidad quedar fijado a ello y creer que eso es posible y en principio, a éste niño le es difícil la separación con la madre, dificultando así la aparición de un objeto que intermedie entre el y ella, objeto guía de aquello que se perdió como goce con la madre.
El sujeto se constituye el lugar que llamamos “campo del Otro” tomando al Otro como lugar simbólico constituyente, de ahí que lo diferenciemos de cualquier otro que rodea al niño. No cualquiera puede instituir este lugar. El narcisismo también se constituye en el campo del Otro, y ello es una forma de investidura libidinal necesaria para la vida. El niño se encuentra con significantes que toma del Otro, con significantes que le permitirán nombrar lo innombrable para poder hacer algo con lo que a él le sucede y poder darle alguna significación.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

La respuesta a un discurso de violencia* - Cuarta Parte

*Por Adela Fryd (Miembro de la EOL – AME)
Artículo publicado en el “Aperiódico Psicoanalítico”

En cambio, es fuerte el contraste que se escucha en la violencia de los niños cuando no hay ningún semblante del Otro que funcione o ninguna ley que se enuncie. Y es precisamente esto lo que se escucha en los denominados “síntomas de la época”. Nos referiremos a niños en su exhibición tiránica, niños que se ubican desde muy pequeños haciendo oídos sordos y solamente dirigidos por lo que ellos deciden. Es posible encontrarnos en la práctica analítica con niños que son más amos que sus padres, niños que se ubican con una paridad asombrosa frente a cualquier adulto que intente hacer reconocer su autoridad. Desde muy temprano se puede registrar en la escuela la intolerancia por parte de los maestros sobre el actuar de estos niños, que no escuchan, que se escapan y que responden cuando quieren.
Es ciertamente notable que estos niños cuenten, muy tempranamente, con la posibilidad de usar un lenguaje plagado de agudezas. No dejan de sorprender al analista y a sus padres por su discurso hábil, lleno de matices, lo cual, precisamente, los torna insobornables.
Se trata de sujetos que ya desde los tres años hacen lo que quieren; al parecer no responden a nadie, sólo les importa lo que ellos dicen y hablan cuando quieren. Y cuando hablan son muy atractivos, tienen la virtud de haber armado un sujeto tocado por el significante.
Son niños que pretenden querer ser reconocidos por el Otro desde la creencia de que eligen ser lo que deciden. Y ser los niños “solos” que hacen lo que quieren. Así marchan y no hay nadie, aparentemente, que los pueda parar. Pero necesitan el reconocimiento, no sólo del Otro, sino de los otros que lo rodean.
Jacques-Alain Miller lo formula de una manera muy precisa. Asegura cómo de repente toman un significante y hacen de éste un comandamiento, pretendiendo todo el tiempo ser autentificados en eso que exponen, incluso en lo injustificable.
Podríamos decir que ese tomame como soy porque yo soy así que se escucha con tanta frecuencia en adultos, resulta sorprendente cuando se trata de niños.