miércoles, 13 de abril de 2011

EL CASO DE LOS EMBRIONES CRIO-PRESERVADOS* - Primera Parte

*Por Vera Gorali


María Clara llega derivada por una amiga psicóloga. Esta le sugiere que consulte por una pregunta que ella misma se hace sin demasiada pasión:  María  no entiende por qué está tan paralizada, por qué se siente incapaz de emprender un trabajo o retomar su actividad artística; aún siendo así, fue muy decidida a la hora de separarse de su marido, por haberse enamorado de otro hombre, hace ya un par de años.
Repite que la inercia la puede, a pesar de que se ve obligada a vivir muy frugalmente luego del divorcio, en comparación con el nivel de vida que había mantenido estando casada. El ex-marido le entrega una cuota  mensual exigua que le alcanza justo para cubrir los gastos fijos de sus hijos y del departamento que le quedó después de la separación de bienes.
Pero se muestra feliz de su decisión, tiene la certidumbre que alcanza cuando se realiza un acto: ese que también produce una modificación en lo real. En su pareja actual, bastante mayor que ella, ha encontrado una combinación perfecta de afecto y sensualidad. El amor la compensa ampliamente de la pérdida de comodidades materiales y siempre que se refiere a él lo hace con gran admiración.
La relación había comenzado durante su embarazo, en un plano de amistad que luego fue evolucionando hacia el romántico. Esa gestación había sido producto de un tratamiento de fertilización in vitro, largamente planeada y consensuada. Pero  ella vivía  preocupada por la clase de padre que le daba a sus hijos, pues el marido era adicto al alcohol y a la cocaína. 
Su nueva pareja le enseñaba a vivir  y vivía él mismo según los preceptos del equilibrio y la armonía mente –cuerpo. Solía  escucharla con tranquilidad y la contenía  cuando la angustia era muy intensa.  
Cuando empezó con las entrevistas, a sus angustias se le sumaban los problemas con su familia de origen -especialmente su madre- que no aceptaba y le reprochaba su separación.
Pero en realidad nada la conmovía demasiado, más allá de sus hijos y esta pareja, de los que hablaba con alegría. Todo lo demás quedaba subsumido en un tono monocorde, desafectivizado, con el que traía un relato tranquilo de los acontecimientos de su vida cotidiana y algunos pocos sueños. Su estrategia explícita para resolver dificultades es no confrontar, esperar el momento oportuno; es lo que llama su “estilo”, que siempre le sirvió para mediar entre sus padres, separados desde que era chica, o entre sus hermanos y sus padres.
Conceptualmente, esta suerte de desinvestidura de los objetos del mundo exterior, responde a lo que Lacan describe en el Seminario X como “turbación”: Es la caída de la potencia que lleva a la máxima detención en el movimiento. Ella insiste en que reconoce en esta inercia sin razones su auténtico motivo de análisis, pues antes de casarse había viajado sin dinero y se las había arreglado, y se había ganado la vida  fabricando ropa. Más tarde se había volcado a la pintura y escultura, estudiando en diferentes talleres siguiendo una verdadera vocación desde la adolescencia. Pero de  todo eso en la actualidad parecía no quedar nada de  nada.
Mi estrategia consistió en  darle suma importancia a los términos que utilizaba, a los sueños que traía cada tanto, subrayando  los equívocos que surgían. En algunos momentos cortaba bruscamente la sesión con un “¡Eso es!”
Con lo cual conseguía conmover un poco su semblante de “todo bien” y  se iba con un “¡Sos tremenda! Me dejás así, ¡ping! Pensando ….”

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