miércoles, 24 de noviembre de 2010

PERIODISMO Y VERDAD* – Última parte

* por Gustavo Dessal. Nacido en la Argentina, reside en Madrid desde 1982, donde ejerce una práctica analítica privada. Es AME de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y coordinador del Nuevo Centro de Estudios de Psicoanálisis del Instituto del Campo Freudiano. Ha publicado más de un centenar de artículos en España, Inglaterra, Francia, Argentina y Brasil.

Y alguien haría muy bien en preguntarse cómo se determina la verdad en el transcurso de un psicoanálisis, si, como afirmamos, ella es por definición soberana, y tiende a realizarse por la propia fuerza de su lógica interna. Lo interesante es constatar que es el sujeto mismo quien experimenta la convicción de que algo en su decir ha llegado al sitio de la verdad. Lo siente en tanto la verdad lo sorprende, lo divide, y suspende al menos por un instante el sentido de su discurso, desgarra la envoltura de sus convicciones, consigue conmover los cimientos de sus creencias. La verdad es una revelación súbita, aunque se tome tiempo para presentarse en la palabra. Durante muchos años atendí a un sujeto que desde su infancia se caracterizaba por la mentira compulsiva. Como en la famosa paradoja de Zenón, el paciente se presentó ante mí diciendo “Miento”. ¿Cómo distinguir en su discurso la verdad de la mentira?  La respuesta me vino al cabo de un tiempo, cuando comprendí que el único esfuerzo que debía realizar para establecer esa diferencia era no hacer ningún esfuerzo. Nada de lo que el paciente (este o cualquier otro) nos relata es apriori verdadero o falso. Es en la deriva de la palabra donde el sujeto tropieza de golpe con la verdad, que se le impone desde el inconsciente, haciéndole decir lo que no esperaba, produciendo una subversión en la intención de su discurso, incluso en la intención mentirosa. 
Pero conviene tener en cuenta que la verdad no posee por sí misma una virtud metamórfica, esto es, que su sola presencia no basta para cambiar a un sujeto. Se requiere algo más, una cierta sensibilidad a la verdad que es ya una propiedad ética del ser hablante, una propiedad que no constituye una dotación universal, y que remite a una decisión que cada uno toma por su cuenta, una decisión cuyo mecanismo y origen no puede determinarse, pero que juega un papel fundamental en el desarrollo de una cura, y me atrevería a decir que en el desarrollo de una vida. 
Por último, quisiera insistir en un punto que ya he mencionado, y que sospecho constituye un punto de partida, y también de llegada, que un analista y un periodista pueden compartir: el anhelo de que la verdad traiga consecuencias, y no se reduzca a un mero testimonio. Numerosas veces la historia nos ha presentado ejemplos de verdades que hubieran debido producir profundas conmociones, y que sin embargo no dieron lugar a nada. También el sujeto  particular dispone de mecanismos que le permiten renegar de la verdad, de reconocerla y al mismo tiempo desmentirla de un modo perverso o cínico, y estos mecanismos pueden actuar de idéntica manera en el plano colectivo. No es necesario citar ejemplos de un “Sabíamos pero no queríamos saber”, porque son de sobra conocidos. La ilusión ilustrada de una humanidad que abrazada a las premisas de la razón avanza  de forma inexorable hacia la verdad, ha sufrido una terrible derrota. No por ello renunciamos a los valores de la Ilustración, pero desde Freud estamos un poco más advertidos de que la verdad no está sólo hecha de luz, sino  también de algunas oscuridades. 

miércoles, 17 de noviembre de 2010

PERIODISMO Y VERDAD* – Sexta parte




* por Gustavo Dessal. Nacido en la Argentina, reside en Madrid desde 1982, donde ejerce una práctica analítica privada. Es AME de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y coordinador del Nuevo Centro de Estudios de Psicoanálisis del Instituto del Campo Freudiano. Ha publicado más de un centenar de artículos en España, Inglaterra, Francia, Argentina y Brasil. 

Si me interesa destacar este ejemplo, es porque desde luego se trata de algo completamente distinto a la manipulación intencionada de la verdad, como fue el caso de las tristemente célebres armas de destrucción masiva del régimen de Sadam Hussein, o la conocida campaña que un importante sector de los medios españoles viene llevando a cabo para persistir en la tesis de que la ETA estuvo involucrada en los atentados del 11-M. Es interesante contrastar ambos ejemplos, puesto que nos da una idea de que la ética también puede ser concebida desde el ángulo de la respuesta a la verdad. El pueblo norteamericano no se mostró demasiado desconforme cuando la prensa le reveló por fin la perversa manipulación de la verdad realizada por la Administración Bush. Al gobierno español, en cambio, su intento de disfrazar la verdad le supuso la derrota electoral. Dos respuestas diferentes, cuyo contraste nos sirve para determinar que el conocimiento de la verdad no es en sí mismo suficiente si ello no trae consigo consecuencias, es decir, si lo real no resulta conmovido.
¿Cuál es el peligro que vemos surgir cada día más como resultado de la democratización de los medios de comunicación, de su alcance cada vez más universal, comenzando por la televisión hasta llegar a internet, una fuente infinita de acceso a la información? Que todo lo que se lee, se oye y se mira, sea tomado como verdad. Más aún, que el rebajamiento progresivo de la posición crítica por parte de los sujetos conduzca a un desvanecimiento de la verdad, a un mundo en el cual ya no importe realmente saber qué cosa es verdadera y cuál no lo es, porque sea indiferente, o porque en las reglas de la vida virtual la distinción entre lo verdadero y lo falso deje de existir. ¿Es esto posible, o es una nueva exageración, como el artículo de Adrian Turpin? Posiblemente sea una advertencia desmedida, pero que conviene tener en cuenta. Al menos los ideólogos de internet no han pasado por alto este problema, y se debaten sobre cómo establecer criterios de veracidad sin contrariar el principio del acceso universal y la gratuidad de los contenidos. Los responsables de Wikipedia, que pretende ser la mayor enciclopedia que jamás haya existido, toman una serie de recaudos para asegurar la verdad de sus artículos, y someterlos al juicio crítico de lectores expertos. Pero este ejemplo es una pequeña gota en un océano de información imprecisa, cuyas posibilidades de control ni siquiera es seguro que sea deseable. He aquí el problema: quién determina lo que es verdad y lo que no lo es, cuando sabemos muy bien que todos los que se proclaman amos de la verdad conducen a lo peor. El absolutismo de la verdad puede ser tan nefasto como su degradación, por eso conviene no pretender que se la puede decir toda.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

PERIODISMO Y VERDAD* – Quinta parte

* por Gustavo Dessal. Nacido en la Argentina, reside en Madrid desde 1982, donde ejerce una práctica analítica privada. Es AME de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y coordinador del Nuevo Centro de Estudios de Psicoanálisis del Instituto del Campo Freudiano. Ha publicado más de un centenar de artículos en España, Inglaterra, Francia, Argentina y Brasil.

Vayamos a un ejemplo:
El 1 de abril pasado el suplemento del Financial Times publicó un reportaje titulado “Not tonight, darling, I’m on line” (“Esta noche no, cariño, estoy conectado”) en la que Adrian Turpin investiga las consecuencias que la adicción a la pornografía en internet puede tener para la vida sexual de las parejas reales. Las consecuencias que extrae el autor del artículo son alarmantes. Según sus cálculos, el acceso casi ilimitado de internet a la pornografía produce una dependencia adictiva instantánea equivalente a la del crack, lo que supone una peligrosa disminución de los contactos sexuales reales, con serios riesgos futuros para el mantenimiento de los niveles de natalidad necesarios para la subsistencia de la especie humana. ¿Cómo está construido este reportaje? Por supuesto, al estilo moderno, consistente en utilizar un mecanismo que de entrada conmueva los resortes identificatorios del lector: el relato de una historia individual, en este caso la de Michael, un hombre apesadumbrado y culpable de pasar más tiempo con imágenes de mujeres que con su esposa real. Michael no es presentado como un pervertido, sino todo lo contrario. Es un hombre corriente, como millones de hombres, que ama a su mujer y está preocupado por las consecuencias que sus pecados virtuales puedan tener sobre su matrimonio. La virtud del artículo consiste en elegir como protagonista a alguien que podría ser cualquier hombre, y con el cual todo hombre podría sentir una empatía. El paso siguiente, como es habitual en la mecánica de estos artículos, es la de presentarnos la opinión de psicólogos y psicoterapeutas  asombrosamente experimentados desde hace décadas en esta clase de problemas, y que sacan a relucir cifras y porcentajes que el lector no tiene más remedio que aceptar, si está dispuesto a seguir la lógica del artículo y sus conclusiones. Tampoco faltan los testimonios de las víctimas, en este caso las mujeres, que declaran que sus maridos adictos a internet pretenden realizar con ellas actos a todas luces degradantes, y eso si hay suerte, puesto que muchas otras se sienten totalmente abandonadas en el plano sexual.
Si damos crédito al artículo, las conclusiones son terribles: internet es un importante factor que pone en peligro la vida sexual de los seres humanos, al menos la de los matrimonios o parejas de hecho. No tenemos ninguna razón para suponer que la historia de Michael no sea cierta, del mismo modo en que podemos confiar en que las declaraciones de algunas mujeres y de unos cuantos “expertos” no se proponen  faltar a la verdad. No obstante, al menos si uno no forma parte de ese sentimiento colectivo del pecado que caracteriza a la sociedad anglosajona, percibimos que hay algo en el artículo que no se adecúa a la verdad, y es precisamente su pretensión de universalidad. No obstante, la lectura del reportaje  nos deja la impresión, una vez más, de que la verdad es un grandioso movimiento de la palabra independiente de cualquier intención de decir la verdad. Todos los testimonios de los adictos a la pornografía que son invocados allí coinciden en afirmar que cada vez buscan algo más, y que de los pechos grandes pasan a los culos grandes, y de los dúos a los tríos y de los tríos a las orgías colectivas, y aún así, a pesar de pasarse horas y horas enganchados a la red, sólo consiguen una cosa: aumentar su insatisfacción. Esa es, en definitiva, la verdad que, sin proponérselo, el artículo nos revela: que en la vida humana toda búsqueda de la felicidad se ve malograda por una imposibilidad interna a la sexualidad misma, y que ninguna mujer, ni siquiera esa mujer a la carta que puede solicitarse en internet,  nos asegura el acceso a una satisfacción plena. Otra conclusión a la que el psicoanálisis ha podido llegar en lo tocante a la verdad, es que ella siempre nos sorprende, porque rebasa la intención del sujeto, quien incluso cuando pretende mentir puede acabar diciéndola.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

PERIODISMO Y VERDAD* – Cuarta parte





* por Gustavo Dessal. Nacido en la Argentina, reside en Madrid desde 1982, donde ejerce una práctica analítica privada. Es AME de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y coordinador del Nuevo Centro de Estudios de Psicoanálisis del Instituto del Campo Freudiano. Ha publicado más de un centenar de artículos en España, Inglaterra, Francia, Argentina y Brasil. 


La concepción psicoanalítica de la verdad se sostiene en una premisa fundamental, que no podemos perder de vista en ningún momento. Tomemos el ejemplo de un esquizofrénico paranoide que asegura haber descubierto una trama nacional, dirigida por los psiquiatras del  hospital en el que ha sido ingresado, y dedicada a introducir opiáceos en los alimentos con el fin de mantener drogada a la población española. Si intentásemos convencer al paciente de la falsedad de esta aseveración delirante, y lo quisiésemos contrastar con la “realidad”, nos encontraríamos con una férrea resistencia. Para el enfermo, su delirio constituye una verdad, y el psicoanalista la acepta como tal en la medida en que sabe que una verdad es una formulación particular, que sólo se sostiene en tanto vale para un determinado sujeto, y que no posee un alcance universal. Por el contrario, al menos en el campo de la subjetividad, toda pretensión de universalización de la verdad puede traer consecuencias perversas, incluso atroces. Todo el mundo sabe que con presuntas verdades podemos fabricar falsas realidades, o al menos podemos manipular la realidad, algo que sucede a menudo.