jueves, 29 de mayo de 2014

El Golem


miércoles, 28 de mayo de 2014

Sujetos autistas: el nuevo Golem del cognitivismo*- Última Parte

* por Esteban Stringa


Los tratamientos previstos por el amplio conglomerado de las terapias cognitivo comportamentales se basan en estos supuestos. El lenguaje, conceptalizado como un sistema separado del sujeto que con el desarrollo se iría incorporando, es el déficit que se atribuye a los sujetos autistas, el disfuncionamiento de un puro mecanismo cognitivo de la palabra. Los protocolos apuntan al aprendizaje de la construcción de frases simples y al adiestramiento para pronunciarlas en las situaciones apropiadas.1 Este “injerto” de un stock léxico suele confrontar al sujeto autista con el rechazo de su dirigirse al Otro con consecuencias de rupturas más o menos brutales del espacio en el que el Otro amenazador había quedado por fuera.2
Los efectos de no escuchar la “cifra enigmática” sobre la que los sujetos autistas nos hablan hace recordar a lo que J.L.Borges escribiera con genio poético de un hombre que quiso saber lo que Dios sabe creando a otro hombre.3 A pesar de, como todos, quedar aprisionado en la red sonora de Antes, Ayer, Mientras, Ahora y de haber realizado tan “alta hechicería”, no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.
1 Briole, G., “Ficciones autísticas”, Virtualia n° 23, Publicación virtual de la Escuela de la Orientación Lacaniana, Nov. 2011.
2 Laurent, E., “La cifra del autismo”, Virtualia n° 23, Publicación virtual de la Escuela de la Orientación Lacaniana, Nov. 2011.
3 Borges, J.L., “El Golem”, El otro el mismo, Obras Completas, Emecé, Bs.As., pág. 883.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Sujetos autistas: el nuevo Golem del cognitivismo*- Segunda Parte

* por Esteban Stringa

La verdad que se persigue no surge de tomar en cuenta el decir del sujeto que se dirige a alguien –al Otro para ser más precisos–, direccionalidad a tener en cuenta aun si se trata de las esterotipias y ecolalias de niños autistas. El terapeuta, entonces, debe estar a la escucha, no del ser hablante singular que es el paciente, sino de los efectos del medicamento. A partir del residuo de esta práctica, se le superpone un tratamiento de “apoyo” en el ámbito de lo “mental” que tratará de producir cierta regulación del síntoma por vía de la sugestión. Como no hay definición científica de la norma mental –se trata del conjunto personal de hábitos, creencias, sensaciones, etc– es necesario pasarla a alguna forma de objetividad cuantificable.1
Las teorías de la identidad mente-cerebro presuponen que las sensaciones y pensamientos, es decir, el campo entero de la psicología implícito en nuestras prácticas de atribución de los innumerables estados mentales, pertenecen a una teoría científica que podría ser reducida a la física y química del cerebro combinadas con la ciencia computacional. El proyecto de reducir los estados mentales a los formalismos de la computación tropieza, primero, con que ambos estados tienen propiedades formales muy diferentes.2 Además, el conjunto total de los estados computacionales de un sistema dado se define implícitamente en forma simultánea, esto es, en función de la totalidad de sus relaciones, ya determinadas de antemano, con todos los demás estados, distinguiendo así cada uno de éstos de todos los demás –definición necesaria para poder sostener el automatismo en las “decisiones” que toma el sistema. Ninguna teoría psicológica podría individualizar ni definir implícitamente sus estados proponiendo un conjunto de leyes que distingan entre un estado psicológico y otro, definidos estos y todas sus relaciones de antemano. Este proyecto pertenece más a la ciencia ficción que a las ciencias propiamente dichas. La idea de hacer equivaler los estados mentales a estados computacionales se redujo a unas pocas posibilidades postulándoselos como formas ideales de funcionamiento.3
La identificación establecida fija la objetividad con la única propiedad que tienen en común estados tan diferentes: un número surgido de alguna “medición”. Esto implica que lo cuantitativamente idéntico tendría las mismas propiedades, es decir, se refreriría a la “misma” enfermedad. El valor medio estadístico deviene la norma mental que establece, intempestivamente, la existencia de una salud mental. Y, por ende, el desvío más allá de cierto límite, estipulado como lo anormal, define al síntoma como una cantidad en exceso referida a la frecuencia o intensidad de un determinado signo observable. El cálculo estadístico no sirve ni para justificar ni para garantizar el éxito de la inferencia inductiva operada porque el paso de las observaciones a las leyes generales no es una conclusión lógica sino una decisión política. La estadística sirve, en este caso, para reintroducir en un cálculo posible lo que no responde a los protocolos terapéuticos pero al precio de eliminar de las consideraciones aritméticas el probable caso que contradiga la eficacia terapéutica. Tal caducidad de la excepción anula la hiancia que haría lugar a lo singular del sujeto.
1 Aflalo, A., “Cuestionarios y cientificismo”, Freudiana n° 40, E.E.P. de Catalunya, marzo-junio de 2004.
2 Putnam, H., “La importancia de ser Austin: la necesidad de una ´segunda ingenuidad´”, Sentido, sinsentido y los sentidos, Paidós, Barcelona, 2000, pag. 85-95.
3 Ïbidem.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Sujetos autistas: El nuevo Golem del cognitivismo*- Primera Parte

* por Esteban Stringa


La importancia dada al cerebro como asiento de las actividades mentales desde los años ´70 ha medicalizado la psiquiatría. El conocimiento de lo real de una enfermedad, construido con las relaciones del funcionamiento neuro-bio-químico, ya no surge de la clínica sino de la dependencia del síntoma respecto del ideal de lo real, de un real optimizado como un funcionamiento y sometido al cálculo.1 Desde los años ´80 tanto el diagnóstico como el tratamiento se centran en la insuficiencia respecto del funcionamiento antes que en los conflictos que evoca la hipótesis del inconsciente.2
El autismo ha pasado de ser un cuadro caracterizado por las dificultades de “interacción personal” y “adaptación social” para convertirse en un “trastorno generalizado del desarrollo” (neuro-bio-psico-…) referido a “déficits cognitivos”.3 Una de las hipótesis respecto de su etiología se construyó a partir de la detección, en un número pequeño de niños autistas, de un incremento de los niveles periféricos de serotonina y de que se sabía que es en los tres primeros años de vida cuando se da la inervación serotoninérgica de la corteza cerebral y del sistema límbico. Como hay evidencia de que la amígdala es una de las estructuras límbicas ligada a procesos de aprendizaje y al reconocimiento del significado emocional y social del lenguaje, atribuyeron la etiología a su disfuncionamiento.4 Infieren que están implicados los mecanismos de neurotransmisión serotoninérgicos de la amígdala aunque no se sepa cómo se llega a esa perturbación por lo que, además de que para el mecanicismo implícito en esta hipótesis es una grave falla que no haya una proposición escrita de la causa, ningún tratamiento basado en este conocimiento será causal.
Es con las técnicas de imagen usadas, tomografías o resonancias magnéticas, que correlacionan, a partir de un experimento “funcional”, una determinada imagen de una zona del cerebro, como la amígdala, en la que predomina determinado signo neurobioquímico, con la función que estaría en déficit. Las correlaciones, medidas del grado de interdependencia existente entre dos variables en un experimento aleatorio, no “miden” que un valor sea causa del otro sino que sólo dicen que se dan al mismo tiempo.5 Para el autismo, además, las correlaciones encontradas no se dan en todos los casos. Aun así concluyen que si las imágenes encontradas en algunos casos son las mismas, la causa sería la misma para todos.
1 Miller, J.-A., Curso de la Orientación Lacaniana: “El lugar y el lazo”, inédito, clase del 21 de marzo de 2001.
2 Íbidem.
3 Mardomingo, M.J., “Neurobiología del espectrum autista”, www.familianova-schola.com, España, 2002.
4 Íbidem.
5 Rojas Lagarde, A., Bach, R.M., Introducción a la probabilidad y estadística, EUCA, Bs.As., 1978, pag. 318-335.

jueves, 8 de mayo de 2014

EL CISNE NEGRO


miércoles, 7 de mayo de 2014

El ballet de la hija, la madre y la mujer.* - Última parte

*por Graciela Giraldi.

Por un lado, en la obra cinematográfica Nina se ofrece a la mirada de los otros en su danza en tanto poesía corporal, lo que nos hace reflexionar acerca de que en esa elección que cada bailarín realiza de danzar toda una vida no es sin el goce del cuerpo, goce que también incluye privaciones de otras satisfacciones.
Pero en Nina, ¿cuál es su goce más allá del que obtiene al danzar?
Ella goza de ser la niña de los ojos de mamá, de allí y la gracia infantil.
Y, consecuentemente, sus inhibiciones se ponen al rojo vivo cuando su profesor le demanda representar en el baile al cisne negro, con sus semblantes de sensualidad y seducción femenina.
Ella no puede imaginarse con alas cuando baila porque tiene la convicción, la certeza de que le crecerán y para ello se incrusta canutos en su espalda que la llenan de escoriaciones.
Esta cuestión evoca la renegación como una de las respuestas de la niña ante la falta de pene que Freud sitúa en su texto sobre la femineidad. (1)
Ahora, si bien Nina logra ser elegida por el director de la obra para representar en el ballet a los dos cisnes, ella queda atrapada entre la espada y la pared, entre la niña y la mujer.
En el film, el personaje de Nina representa la problemática de la elección femenina y es que para hacerse mujer, cada una tendrá que separarse de ese lugar de objeto que ha ocupado en el deseo de la madre.
Y si leemos la problemática de Nina como una cuestión clínica podemos pensar que en el acto suicida ella encarnó a la niña que se separa en lo real de la madre, ofreciéndose a su mirada como el objeto del sacrificio a la manera del cordero pascual.
A la manera de conclusión y anzuelo para las elaboraciones que sumará el lector, considero que para el acceso a la femineidad cada mujer debe cernir algo del estrago materno, ese real del que dan cuenta los testimonios de los AE (analistas de las escuelas de la Asociación Mundial de Psicoanálisis) apoyándose en aisladas representaciones como: la Reyna de la noche y la mirada rasgada; o el vozarrón del marido para una analizante que se hacia devastar por su partenaire.


Referencias bibliográficas:

Freud S., Sexualidad femenina, tomo VIII. Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva.
Lacan J., Encore, Sem. XX, Editorial Paidós.

Miller, J-A., El niño entre la mujer y la madre, Revista Nueva Red CEREDA, Nº 1, 1998.
Laurent E. Posiciones femeninas del ser, en Sexualidad femenina de la Colección Orientación lacaniana.
Testimonios del pase, página WEB de la AMP.