miércoles, 21 de mayo de 2014

Sujetos autistas: el nuevo Golem del cognitivismo*- Segunda Parte

* por Esteban Stringa

La verdad que se persigue no surge de tomar en cuenta el decir del sujeto que se dirige a alguien –al Otro para ser más precisos–, direccionalidad a tener en cuenta aun si se trata de las esterotipias y ecolalias de niños autistas. El terapeuta, entonces, debe estar a la escucha, no del ser hablante singular que es el paciente, sino de los efectos del medicamento. A partir del residuo de esta práctica, se le superpone un tratamiento de “apoyo” en el ámbito de lo “mental” que tratará de producir cierta regulación del síntoma por vía de la sugestión. Como no hay definición científica de la norma mental –se trata del conjunto personal de hábitos, creencias, sensaciones, etc– es necesario pasarla a alguna forma de objetividad cuantificable.1
Las teorías de la identidad mente-cerebro presuponen que las sensaciones y pensamientos, es decir, el campo entero de la psicología implícito en nuestras prácticas de atribución de los innumerables estados mentales, pertenecen a una teoría científica que podría ser reducida a la física y química del cerebro combinadas con la ciencia computacional. El proyecto de reducir los estados mentales a los formalismos de la computación tropieza, primero, con que ambos estados tienen propiedades formales muy diferentes.2 Además, el conjunto total de los estados computacionales de un sistema dado se define implícitamente en forma simultánea, esto es, en función de la totalidad de sus relaciones, ya determinadas de antemano, con todos los demás estados, distinguiendo así cada uno de éstos de todos los demás –definición necesaria para poder sostener el automatismo en las “decisiones” que toma el sistema. Ninguna teoría psicológica podría individualizar ni definir implícitamente sus estados proponiendo un conjunto de leyes que distingan entre un estado psicológico y otro, definidos estos y todas sus relaciones de antemano. Este proyecto pertenece más a la ciencia ficción que a las ciencias propiamente dichas. La idea de hacer equivaler los estados mentales a estados computacionales se redujo a unas pocas posibilidades postulándoselos como formas ideales de funcionamiento.3
La identificación establecida fija la objetividad con la única propiedad que tienen en común estados tan diferentes: un número surgido de alguna “medición”. Esto implica que lo cuantitativamente idéntico tendría las mismas propiedades, es decir, se refreriría a la “misma” enfermedad. El valor medio estadístico deviene la norma mental que establece, intempestivamente, la existencia de una salud mental. Y, por ende, el desvío más allá de cierto límite, estipulado como lo anormal, define al síntoma como una cantidad en exceso referida a la frecuencia o intensidad de un determinado signo observable. El cálculo estadístico no sirve ni para justificar ni para garantizar el éxito de la inferencia inductiva operada porque el paso de las observaciones a las leyes generales no es una conclusión lógica sino una decisión política. La estadística sirve, en este caso, para reintroducir en un cálculo posible lo que no responde a los protocolos terapéuticos pero al precio de eliminar de las consideraciones aritméticas el probable caso que contradiga la eficacia terapéutica. Tal caducidad de la excepción anula la hiancia que haría lugar a lo singular del sujeto.
1 Aflalo, A., “Cuestionarios y cientificismo”, Freudiana n° 40, E.E.P. de Catalunya, marzo-junio de 2004.
2 Putnam, H., “La importancia de ser Austin: la necesidad de una ´segunda ingenuidad´”, Sentido, sinsentido y los sentidos, Paidós, Barcelona, 2000, pag. 85-95.
3 Ïbidem.

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