miércoles, 28 de julio de 2010

¿CÓMO AMAMOS HOY?* - Primera Parte

*Este texto forma parte del libro “¿Todo sobre las drogas?” de Ernesto S. Sinatra, (págs.156/164) Director de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) Psicoanalista, Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP); co-fundador del TYA (red de Toxicomanía y Alcoholismo) y autor de "Consecuencias del psicoanálisis" (Anáfora, 1991); "¿Por qué los hombres son como son?" (Atuel, 1993); "La racionalidad del psicoanálisis" (Plural, 1996); "Más allá de las drogas" (Plural, 2000);"De los conceptos a los matemas" (Cuad.del ICBA, 2001); "Nosotros, los hombres" (Tres Haches,2003); "Las entrevistas preliminares y la entrada en análisis" (C.ICBA 2004); "Las neurosis -jeroglíficos, blasones, laberintos" (C.ICBA, 2009) y "¿Todo sobre las drogas?" (Grama Ediciones, 2010)


“El amor es tóxico”

1 – EL AMOR PÁNICO

Decíamos que la toxicomanía generalizada nombra el empuje al goce autista que recae sobre todos los individuos –objeto real del consumo– reunidos con sus gadgets en soledad globalizada. Pero entonces, ya que los fenómenos que caracterizan a las patologías actuales llevan la marca de ese goce autista, ¿qué lugar para el amor?

Hoy el amor -el encuentro con el Otro sexo- verdaderamente suele dar miedo, un miedo pánico. Saben ustedes que el ataque de pánico constituye un fenómeno que es destacado por el Manual de Diagnóstico en Salud Mental (DSM) en un lugar relevante, vamos a precisar ahora por qué.

La sociología contemporánea caracteriza a la época actual por el pasaje de la sociedad tradicional a la sociedad de riesgo y describe las transformaciones sociales producidas a partir de este pasaje1.

El desprendimiento de la tradición por parte de la sociedad moderna deja a los ciudadanos solos frente al porvenir; el encadenamiento del pasado con el futuro advino precario pues la tradición ya no asegura con sus normas y rituales un futuro predecible; en la modernidad tardía la conexión de lo pasado y lo futuro adviene contingente, ya no necesaria. Por todo eso, para nosotros el pánico –conjuntamente con la depresión– constituyen dos paradigmas actuales de nuestro tiempo.

Centrémonos ahora en el denominado ataque de pánico, en él se halla incluido su protagonista: el pánico, afecto que, en principio, marca el punto exacto del desfallecimiento del Otro, la caída del Otro de la tradición y sus normas que daban garantía a los ciudadanos para hacerle previsible el mañana: como suele decirse, en el pánico no hay Otro que valga: el individuo se halla mortalmente solo frente a su dolor de existir. Pero también el pánico evidencia, al mismo tiempo, la ausencia máxima de sentido: de pronto algo surge que desespera al sujeto, llevándolo hasta la máxima sensación de vértigo, pero cuando se intenta precisar qué fue lo que pasó, allí no ocurrió -en verdad- nada; o lo que es lo mismo, aunque las consecuencias sean devastadoras a nivel del cuerpo –sudor, agitación, sensación de muerte, etc.– lo que ocurrió no tiene ningún sentido. En el ataque de pánico se evidencia la falla constitutiva del sentido, no hay sentido que pueda evitar o explicar lo que allí ha acontecido; o –permítanme que lo diga de esta forma– no hay sentido que opere en el nombre del padre para fijar la irrupción del goce en el cuerpo, para decir que no a ese radical sin-sentido que parece terminar con todo.

Es en esta perspectiva que el pánico es el afecto de la inexistencia misma del Otro (del Otro apaciguador, del buen padre, del padre de la tradición normativizante). Pero también es el pánico el afecto que marca la presencia concomitante de lo real sin investidura representacional (no hay palabra que nombre –es decir: que apacigüe– lo que acontece); el pánico da cuenta de la falta misma de representación, de la fuga estructural del sentido, de la ausencia irremediable del Otro del lenguaje (del que el padre freudiano había parodiado ser el garante en la pantomima edípica al confundir prohibición con imposibilidad).

Un problema clínico de aquí se desprende, y es acuciante: cómo transformar el pánico en angustia en cada caso de urgencia subjetiva.

Homenaje a José Saramago (1922 - 2010)

martes, 20 de julio de 2010

UNO U OTRO* - Tercera parte

*por J. Ventoso - Artículo publicado en el "Aperiódico Psicoanalítico" 

Una verdad que resiste al saber

Hay sujetos para quienes se abre otra instancia: a la satisfacción que brinda una sustancia tóxica se “suma” (o mejor dicho, se resta) aquella otra, opaca, de un síntoma. Para un hombre, fue la perturbadora necesidad de un ritual nocturno, que enmarcaba el consumo de la droga, y que acompañaba años atrás sus prácticas masturbatorias. Con el análisis fue cobrando relieve su papel de muralla contra los encuentros con el otro sexo, al que procuraba mantener dormido.

Para otro, el síntoma se encarnó en un significante: picarse, que enlazó con su compulsión a comer, según una modalidad propia de su padre: “picar” de los platos de otros comensales. Su obesidad, la vergüenza que le ocasionaba, los efectos de segregación, sólo entonces se le hicieron entonces patentes. “Picar en el plato de otro” fue más adelante una referencia a las infidelidades del padre, un secreto guardado por este sujeto durante años. A partir de allí, se abrieron sus interrogantes por la relación matrimonial entre sus padres... y la suya propia.

Como podemos notar, en ninguno de estos casos se sintomatiza el consumo de droga en sí mismo, sino que se lo enlaza metonímicamente con alguna otra compulsión, que lleva a una pregunta por la sexualidad. La precipitación del síntoma efectúa el pasaje de una satisfacción sabida, a otra no sabida. De ahí el título de este apartado, tomado de un texto de Lacan (4), donde da esta definición de síntoma:
“Así, la verdad halla en el goce cómo resistir al saber”.
Se trata de la división misma del sujeto entre verdad y saber. Pero es preciso añadir el goce: el síntoma es una verdad gozada en la ignorancia.

De este modo, volvemos a la distinción entre el uso de drogas y el síntoma. Ambos implican una satisfacción, y una suplencia de la relación sexual que no existe. Pero el síntoma se presenta como división subjetiva -al menos en tanto haya habido "histerización" del discurso, anudamiento de ese síntoma al analista.

Esta diferencia no depende de la "naturaleza" del síntoma: los hay que satisfacen y no dividen, no implican un cuestionamiento para su portador, que parece arreglárselas muy bien con eso. Incluso Lacan plantea, ya en los años '60 (5), que el estado “natural” del síntoma sería el de un goce cerrado en sí mismo, oponiéndolo precisamente al acting-out, que llama al Otro. De modo que es necesario un artificio, el de la transferencia. En otras palabras, al síntoma como puro goce ha de añadirse el amor, un amor inédito, ligado a la invención del dispositivo analítico: el amor al saber inconsciente.1



BIBLIOGRAFÍA

1- Freud, Sigmund, Los orígenes del psicoanálisis (correspondencia con W. Fliess), Carta N 79 (22-12-97 ), en Obras Completas, Biblioteca Nueva.
2- Freud, Sigmund, Dosteievsky y el parricidio, Ídem.
3- Laurent, Eric, “Tres observaciones sobre la toxicomanía”, en Sujeto, goce y modernidad II, Atuel - TyA.

4- Lacan, Jacques, “Del psicoanálisis en sus relaciones con la realidad”, en Intervenciones y textos, N 2, Manantial.
5- Lacan, Jacques, El seminario, Libro X: La angustia (inédito).

martes, 13 de julio de 2010

UNO U OTRO* - Segunda parte

*por J. Ventoso - Artículo publicado en el "Aperiódico Psicoanalítico"




Transferencia salvaje

El acting-out es definido, en la orientación de Lacan, por su dirección hacia el Otro. Muestra aquello que no pudo ser articulado en la palabra; en este sentido, el acting-out es un llamado a la interpretación. Lo cual no implica que ella sea posible, que estén dadas las condiciones favorables; pero en tanto es portador de esa dirección hacia el Otro, puede ser definido como “transferencia salvaje”.
Por otra parte, si bien pone en juego el ser objetal, implica una salida de la elección del "no pienso". No es la identificación masiva y ciega al objeto de goce, como ocurre en el pasaje al acto, sino mostración de la verdad de ese objeto, y tentativa de reintroducirlo en una escena simbólica. En este sentido, es crucial distinguir la vertiente del pasaje al acto, la salida fuera de la escena (incluso en una vertiente suicida), del consumo bajo la modalidad del acting-out, cuando aún tiene posibilidades de ser traducido como un llamado.
Por otra parte, hay en esa mostración un acento cuestionador. Recordemos el ejemplo tomado por Lacan entre los casos de Freud: la joven homosexual, que se dedica a cortejar a una dama de dudosa reputación ante las narices mismas de su padre, despertando su ira, y haciendo que él la lleve a la consulta del analista. La elección de la homosexualidad era para esa muchacha un estandarte que esgrimía contra el padre, demasiado ciego para lo que está en juego en el amor.
El uso de drogas cumple muchas veces un papel similar. Tiene en común con la posición de la joven homosexual el ser una elección de goce que se aparta de la norma-lidad establecida por el Amo. Es la rebelión de la particularidad, contra las imposiciones de lo que debe ser para todos. Pero adquiere además un cariz "cínico": no cree en los semblantes -los ideales, las costumbres, las tradiciones, todos los artificios simbólicos, culturales y sociales que regulan la circulación y la distribución del goce en una comunidad. Vistos desde lo real de la satisfacción pulsional, corporal, son semblants (término francés que sólo muy aproximadamente puede ser traducido como "apariencias"), aunque son inherentes al funcionamiento del discurso, del lazo social.
El toxicómano, en su "cinismo", esgrime lo real del goce como argumento contra esos semblantes. Al modo del protagonista del film Trainspotting, los toma uno por uno: casarse, trabajar, tener hijos, ganar dinero, etcétera, y los interroga: “¿por qué tengo que hacerlo?” No es una posición basada en una crítica ideológica, sino en su goce: sabe que no es necesario hacer todo ese rodeo por el Otro para obtenerlo.
El goce es ante todo goce del Uno; el pasaje por el Otro, por las complicaciones del deseo y el amor, es un circuito secundario, sobreagregado. En esto, el toxicómano se parece al retrato que nos da Freud del alcohólico, quien se preguntaría: “¿por qué reemplazar a la botella por la mujer?” A tal pregunta, quizá sólo el recorrido de un análisis podría responder, pero de una forma invertida: “prefieres la botella porque La mujer no existe...” Es un modo de rechazar la elección de una mujer, que implica atravesar la castración, la inexistencia de una complementariedad ideal de los goces del varón y de la mujer.
El imperativo cínico de nuestros tiempos se articula así: la única verdad es el goce, como goce del Uno, y has de obtenerlo bajo la forma de un objeto del mercado. Si algo ocupa el sitio del Otro universal, es el mercado, cuyo mecanismo es fundamentalmente diferente de otras regulaciones simbólicas. De esa máxima, en el sentido kantiano del término, el toxicómano se hace portavoz. Pero él agrega un matiz, contrario a los designios del Amo moderno: el goce no podría ser capturado totalmente por lo universal del mercado; es preciso introducir una condición de segregación, para buscar eso que escapa, que se sustrae al imperativo del “para todos igual”. Por eso la propuesta de que la droga salga de esa condición segregativa, que su consumo sea legalizado -que se la pueda adquirir en el mercado como un producto más- es una falsa solución, pues permanece dentro de la misma lógica colectiva.

En semejante encrucijada, lo que golpea a los sujetos es la angustia de verse reducidos también ellos a objetos, especialmente cuando no hay coordenadas simbólicas que regulen la inserción en la producción y en el intercambio, incluida la elección del partenaire sexual. De ahí el momento crítico que es la adolescencia. El acting-out suele ser, en estos casos, un modo de mostrar esa verdad del objeto al que se ven reducidos, en tal "odioso cambalache", cuando fracasan los semblantes.

Al mismo tiempo, llaman a la puerta del Otro, encarnado por la familia o por otras instituciones; buscan hacerle falta. Puede ser una oportunidad, y no debemos desperdiciarla. La jugada es hacer lugar a ese llamado a la interpretación; pero no “interpretando” en el sentido vulgar que ha tomado ese término, sino leyéndolo como signo de un sujeto.

miércoles, 7 de julio de 2010

UNO U OTRO* - Primera parte

*`por  J. Ventoso - Artículo publicado en el  "Aperiódico Psicoanalítico"


Las toxicomanías no son síntomas, al menos en su definición psicoanalítica: un significante enigmático, que representa al sujeto del inconsciente, y que -gracias al artificio de la transferencia- llama a un saber supuesto capaz de responder al enigma así surgido. A lo sumo, pueden ser "síntomas sociales", es decir, signos de lo que no funciona, de lo que se atraviesa en el camino, impidiendo que las cosas marchen al paso que marca el imperativo de la conformidad.
Desde el psicoanálisis, es preciso abordarlas, ante todo, como una satisfacción; esto es algo que sí tienen en común con el síntoma. Freud colocaba esa satisfacción libidinal propia de las toxicomanías bajo la rúbrica del autoerotismo. La masturbación sería su matriz primordial, origen y modelo de todas las demás adicciones (1, 2); es goce del Uno, que excluye al Otro como tal.
Siendo el Otro el lugar de la palabra -donde ésta es sancionada en sus efectos de verdad- y también el "tesoro del significante", el uso de drogas necesariamente interferirá con toda dialéctica que ponga en juego la verdad del sujeto. De ahí las dificultades para insertar al toxicómano en la función de la palabra y el campo del lenguaje, que definen la operación analítica.
Pero esta exclusión del Otro atañe en particular al Otro sexo. De ahí el nexo que Freud establecía con la masturbación, y que puede volver a ser verificado en nuestra práctica cotidiana. Es notorio que la masturbación es perfectamente compatible con la conservación de un vínculo libidinal en el fantasma; aquí debemos preguntarnos si el autoerotismo de esta práctica con las drogas se limita a ese plano, al refugio en lo imaginario, o si implica obtener una satisfacción real sin fantasma. El estricto uso de la sustancia para producir un efecto en el cuerpo, ¿está determinado por el inconsciente, e incluido en alguna escena fantasmática? A este interrogante es necesario responder de un modo no dogmático, desde el caso por caso.

No obstante, la especial dificultad que el uso de drogas implica para el análisis, el rechazo del inconsciente que acarrea, nos inclina a pensar en un autoerotismo "puro", sin fantasma. Esto supone un grado máximo de obturación de las preguntas que suscita la sexualidad. De un modo más radical, diremos que el recurso a estas sustancias permite esquivar el imposible que subyace, velado, en el encuentro de los sexos: la no-relación sexual, forma real de la castración.

Este es el beneficio primario de la toxicomanía, al que el sujeto no se muestra dispuesto a renunciar fácilmente. La sustancia tóxica funciona como tapón de una falla, de un agujero, el mismo al que se refería Freud al decir que hay una "rajadura" inherente a la pulsión sexual, que impide la satisfacción plena.

La neurosis nos enseña que en ese mismo lugar de falla, pueden surgir el síntoma, la inhibición, o la angustia. Y de esos huéspedes molestos puede emanar también la demanda de saber qué es lo que "eso" quiere decir. Al suturar esa hiancia con la apelación al tóxico, en el mismo movimiento se evacua la posibilidad de la pregunta. Es una opción, la de no querer saber nada de eso. Ante la elección forzada: O no pienso o no soy, el toxicómano se inclina por el "soy" que implica "yo no pienso"; es el pensamiento inconsciente el que así resulta rechazado, y el sujeto persevera entonces en su (falso) ser de goce.

Claro que esa ignorancia -auténtica "pasión del ser"- no es específica del uso de drogas. También está presente en el síntoma, al menos durante el tiempo en que no suscita una demanda de análisis. Pero el síntoma es solidario de la falla misma en la que se ha alojado, y por eso es una ignorancia fracasada; aversión, horror de saber, que sin embargo conserva ese saber como inconsciente. El retorno de lo reprimido puede plantear entonces su pregunta al sujeto, y llevarlo al análisis. No sucede lo mismo con las toxicomanías, que no suscitan una demanda de sentido.

El objeto-droga no es un significante que localice una pregunta; es, al contrario, una respuesta que antecede a la pregunta misma, impidiendo que se formule. Es por esta función de tapón de la falta en el Otro, que resulta tentador aproximar la droga al fetiche. Cuando esa función es exitosa, nos encontramos ante "verdaderos” toxicómanos, para quienes la droga es un partenaire satisfactorio y privilegiado, a la vez que pueden recurrir indistintamente a las múltiples sustancias que el mercado les ofrece (3). Con las drogas, logran paliar suficientemente la inexistencia de La mujer. Para tales sujetos parecen cerrarse las puertas que llevan a un psicoanálisis.

Otros casos, más favorables, son aquellos en los que el uso de la droga no realiza plenamente esa aportación de goce, sino que hay una brecha por la cual el sujeto puede aún ser sensible a las intimaciones del inconsciente. Dos coyunturas pueden resultar propicias para la intervención psicoanalítica: el acting-out y el síntoma.