miércoles, 7 de julio de 2010

UNO U OTRO* - Primera parte

*`por  J. Ventoso - Artículo publicado en el  "Aperiódico Psicoanalítico"


Las toxicomanías no son síntomas, al menos en su definición psicoanalítica: un significante enigmático, que representa al sujeto del inconsciente, y que -gracias al artificio de la transferencia- llama a un saber supuesto capaz de responder al enigma así surgido. A lo sumo, pueden ser "síntomas sociales", es decir, signos de lo que no funciona, de lo que se atraviesa en el camino, impidiendo que las cosas marchen al paso que marca el imperativo de la conformidad.
Desde el psicoanálisis, es preciso abordarlas, ante todo, como una satisfacción; esto es algo que sí tienen en común con el síntoma. Freud colocaba esa satisfacción libidinal propia de las toxicomanías bajo la rúbrica del autoerotismo. La masturbación sería su matriz primordial, origen y modelo de todas las demás adicciones (1, 2); es goce del Uno, que excluye al Otro como tal.
Siendo el Otro el lugar de la palabra -donde ésta es sancionada en sus efectos de verdad- y también el "tesoro del significante", el uso de drogas necesariamente interferirá con toda dialéctica que ponga en juego la verdad del sujeto. De ahí las dificultades para insertar al toxicómano en la función de la palabra y el campo del lenguaje, que definen la operación analítica.
Pero esta exclusión del Otro atañe en particular al Otro sexo. De ahí el nexo que Freud establecía con la masturbación, y que puede volver a ser verificado en nuestra práctica cotidiana. Es notorio que la masturbación es perfectamente compatible con la conservación de un vínculo libidinal en el fantasma; aquí debemos preguntarnos si el autoerotismo de esta práctica con las drogas se limita a ese plano, al refugio en lo imaginario, o si implica obtener una satisfacción real sin fantasma. El estricto uso de la sustancia para producir un efecto en el cuerpo, ¿está determinado por el inconsciente, e incluido en alguna escena fantasmática? A este interrogante es necesario responder de un modo no dogmático, desde el caso por caso.

No obstante, la especial dificultad que el uso de drogas implica para el análisis, el rechazo del inconsciente que acarrea, nos inclina a pensar en un autoerotismo "puro", sin fantasma. Esto supone un grado máximo de obturación de las preguntas que suscita la sexualidad. De un modo más radical, diremos que el recurso a estas sustancias permite esquivar el imposible que subyace, velado, en el encuentro de los sexos: la no-relación sexual, forma real de la castración.

Este es el beneficio primario de la toxicomanía, al que el sujeto no se muestra dispuesto a renunciar fácilmente. La sustancia tóxica funciona como tapón de una falla, de un agujero, el mismo al que se refería Freud al decir que hay una "rajadura" inherente a la pulsión sexual, que impide la satisfacción plena.

La neurosis nos enseña que en ese mismo lugar de falla, pueden surgir el síntoma, la inhibición, o la angustia. Y de esos huéspedes molestos puede emanar también la demanda de saber qué es lo que "eso" quiere decir. Al suturar esa hiancia con la apelación al tóxico, en el mismo movimiento se evacua la posibilidad de la pregunta. Es una opción, la de no querer saber nada de eso. Ante la elección forzada: O no pienso o no soy, el toxicómano se inclina por el "soy" que implica "yo no pienso"; es el pensamiento inconsciente el que así resulta rechazado, y el sujeto persevera entonces en su (falso) ser de goce.

Claro que esa ignorancia -auténtica "pasión del ser"- no es específica del uso de drogas. También está presente en el síntoma, al menos durante el tiempo en que no suscita una demanda de análisis. Pero el síntoma es solidario de la falla misma en la que se ha alojado, y por eso es una ignorancia fracasada; aversión, horror de saber, que sin embargo conserva ese saber como inconsciente. El retorno de lo reprimido puede plantear entonces su pregunta al sujeto, y llevarlo al análisis. No sucede lo mismo con las toxicomanías, que no suscitan una demanda de sentido.

El objeto-droga no es un significante que localice una pregunta; es, al contrario, una respuesta que antecede a la pregunta misma, impidiendo que se formule. Es por esta función de tapón de la falta en el Otro, que resulta tentador aproximar la droga al fetiche. Cuando esa función es exitosa, nos encontramos ante "verdaderos” toxicómanos, para quienes la droga es un partenaire satisfactorio y privilegiado, a la vez que pueden recurrir indistintamente a las múltiples sustancias que el mercado les ofrece (3). Con las drogas, logran paliar suficientemente la inexistencia de La mujer. Para tales sujetos parecen cerrarse las puertas que llevan a un psicoanálisis.

Otros casos, más favorables, son aquellos en los que el uso de la droga no realiza plenamente esa aportación de goce, sino que hay una brecha por la cual el sujeto puede aún ser sensible a las intimaciones del inconsciente. Dos coyunturas pueden resultar propicias para la intervención psicoanalítica: el acting-out y el síntoma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario