miércoles, 17 de noviembre de 2010

PERIODISMO Y VERDAD* – Sexta parte




* por Gustavo Dessal. Nacido en la Argentina, reside en Madrid desde 1982, donde ejerce una práctica analítica privada. Es AME de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y coordinador del Nuevo Centro de Estudios de Psicoanálisis del Instituto del Campo Freudiano. Ha publicado más de un centenar de artículos en España, Inglaterra, Francia, Argentina y Brasil. 

Si me interesa destacar este ejemplo, es porque desde luego se trata de algo completamente distinto a la manipulación intencionada de la verdad, como fue el caso de las tristemente célebres armas de destrucción masiva del régimen de Sadam Hussein, o la conocida campaña que un importante sector de los medios españoles viene llevando a cabo para persistir en la tesis de que la ETA estuvo involucrada en los atentados del 11-M. Es interesante contrastar ambos ejemplos, puesto que nos da una idea de que la ética también puede ser concebida desde el ángulo de la respuesta a la verdad. El pueblo norteamericano no se mostró demasiado desconforme cuando la prensa le reveló por fin la perversa manipulación de la verdad realizada por la Administración Bush. Al gobierno español, en cambio, su intento de disfrazar la verdad le supuso la derrota electoral. Dos respuestas diferentes, cuyo contraste nos sirve para determinar que el conocimiento de la verdad no es en sí mismo suficiente si ello no trae consigo consecuencias, es decir, si lo real no resulta conmovido.
¿Cuál es el peligro que vemos surgir cada día más como resultado de la democratización de los medios de comunicación, de su alcance cada vez más universal, comenzando por la televisión hasta llegar a internet, una fuente infinita de acceso a la información? Que todo lo que se lee, se oye y se mira, sea tomado como verdad. Más aún, que el rebajamiento progresivo de la posición crítica por parte de los sujetos conduzca a un desvanecimiento de la verdad, a un mundo en el cual ya no importe realmente saber qué cosa es verdadera y cuál no lo es, porque sea indiferente, o porque en las reglas de la vida virtual la distinción entre lo verdadero y lo falso deje de existir. ¿Es esto posible, o es una nueva exageración, como el artículo de Adrian Turpin? Posiblemente sea una advertencia desmedida, pero que conviene tener en cuenta. Al menos los ideólogos de internet no han pasado por alto este problema, y se debaten sobre cómo establecer criterios de veracidad sin contrariar el principio del acceso universal y la gratuidad de los contenidos. Los responsables de Wikipedia, que pretende ser la mayor enciclopedia que jamás haya existido, toman una serie de recaudos para asegurar la verdad de sus artículos, y someterlos al juicio crítico de lectores expertos. Pero este ejemplo es una pequeña gota en un océano de información imprecisa, cuyas posibilidades de control ni siquiera es seguro que sea deseable. He aquí el problema: quién determina lo que es verdad y lo que no lo es, cuando sabemos muy bien que todos los que se proclaman amos de la verdad conducen a lo peor. El absolutismo de la verdad puede ser tan nefasto como su degradación, por eso conviene no pretender que se la puede decir toda.

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