miércoles, 30 de marzo de 2011

Violencia y literatura: Entrevista a Jorge Santiago Perednik * - Tercera parte

* por Edit Tendlarz (publicado en el Aperiódico Psicoanalítico)

 
−¿Cree usted entonces que la sociedad actual estimula la violencia? Relacionando lo dicho con la declinación del nombre del padre, en cuanto a un orden institucional decadente y demás, ¿cómo impacta en la familia y en su decadencia como institución? ¿Genera violencia?

−Sí, y por varias vías. Si se delinque para tener un celular último modelo, o comprarse el par de zapatillas que está de moda, o conseguir droga, es porque la sociedad impone tales objetivos. Y todos los días en muchos puntos de las grandes urbes, hay bandas de muchachos que se dedican a robar para satisfacer estos estímulos que no apuntan a una necesidad primaria, a comer. La voracidad por el consumo es uno de los grandes generadores de violencia. La sociedad ordena: “consume” o mejor, porque no guarda respeto por los receptores: “consumí”. Los receptores acatan la orden como pueden y en la medida que pueden, pero hay una posibilidad de hacerlo rápidamente y con el menor esfuerzo, delinquiendo. En otros ámbitos esta eficiencia se expresa mediante la corrupción, el otro gran generador de violencia. Con tal de seguir enriqueciéndose en la función pública el político y el funcionario cambian de partido, de idea política, de valores, de convicciones, de líderes, de discurso. Y lo mismo hace el empresario. Este modelo del corrupto, el que se enriquece sin esfuerzo y a costa de los demás, es un gran generador de violencia entre los que necesitan un esfuerzo mayúsculo para apenas sobrevivir. Lo que los de arriba hacen mediante la corrupción, conseguir dinero de manera rápida y sin esfuerzo, con una eficiencia sin ley, los de abajo lo copian como pueden: cada vez más mediante acciones delictivas contra las personas y sus bienes. Otra fuente de violencia plus es el clientelismo, que junto con la corrupción llevan a hacerse la pregunta de si la política en ciertas zonas del país no se reduce a eso, clientelismo y corrupción. Este modelo propone a la sociedad una suerte de feudalismo en plena era post-industrial, y al cliente un chantaje siniestro, someterse a una cuasi-servidumbre personal y política a cambio de un mal pago, lo que también alimenta una violencia plus. El funcionario o el político ejecuta obras o dice favorecer a su cliente, pero necesita perpetuar las condiciones de marginación y extrema pobreza que permiten la relación clientelista. De manera que su política social apunta a eso, a que los cambios en definitiva dejen intactas las condiciones para que los clientes existan y se multipliquen. Finalmente hay una falla de la sociedad en la construcción de un orden simbólico, que entonces es reemplazado por la cruda realidad de los objetos como modos de satisfacción. Se me ocurre que las cosas llegaron a un punto que reedita la ya añosa contradicción que proponía Sarmiento entre civilización y barbarie. Hoy la barbarie estaría encarnada por estas mini-hordas violentas que provocan inseguridad, desde la toma de calles y caminos, pasando por las ocupaciones de terrenos y viviendas hasta el robo y el homicidio masivos. Esto conmociona las aguas que quieren ser tranquilas de la civilización. La pregunta es si estas fuerzas perturbadoras no son la manifestación de una rebelión, que excede las intenciones o programas del patronazgo de sus líderes, contra lo que la civilización construye como su cotidianeidad. Si no habría que considerarlas, entonces, bajo una dimensión política. Si no será que se la llama “barbarie” porque se quiere volverla extranjera, poner en otros lo nuestro que no queremos ver. Ya la denominación de barbarie es un contra-efecto de borradura por generalización en virtud del cual todos los bárbaros son iguales y todas las barbaries también, un recurso para no pensar el fenómeno. A lo que hay que agregar cierto efecto anonadador: lo mismo que provoca la violencia plus en la víctima, el mismo aturdimiento, lo provoca la presencia de la mini-horda en la sociedad.

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