miércoles, 16 de marzo de 2011

Violencia y literatura: Entrevista a Jorge Santiago Perednik * - Primera parte


* por Edit Tendlarz (publicado en el Aperiódico Psicoanalítico)

 
−¿Usted cree que la literatura, en la actualidad, da cuenta, de alguna manera, de la situación de violencia que está viviendo nuestra sociedad?

−La literatura es un ejercicio extremo de violencia. Pero de una violencia que no se ejerce contra el prójimo o el extraño sino a favor de lo extraño, o de lo próximo. Es una vía de corrimiento que, mediante la lectura de un texto, arranca abruptamente a la persona del aquí y el ahora, la sustrae de la cotidianeidad. Una cuestión central para lo artístico o lo literario, al menos en sus mejores intentos, es romper con lo inmediato, romper las relaciones de inmediatez que entablan las personas, y la violencia de la cultura apunta a ese objetivo. Otra cosa es la violencia en la cultura o en la sociedad. De ella también la literatura da cuenta, pero no con sus mejores exponentes. Digamos que la vertiente literaria menos interesante es la que se dedica a eso, a dar cuenta, que parecería ser misión de otros discursos, como la historia o las ciencias sociales. Por otro lado, paradójicamente, referirse a la violencia individual o social es, en sí, el momento menos violento del arte o la literatura, salvo si esas referencias son aparentes, falsas, una ficción para sacar al lector de su presente. En esos casos la literatura ejerce otro de sus forzamientos favoritos, que es el engaño − un engaño anunciado, que se confiesa al decirse literario. En cuanto a la sociedad hay una violencia institucional que está presente en todos los agrupamientos humanos complejos, siempre. También hay, para conjurarla, un tratado de paz a observar entre los vecinos, constitutivo de lo social, que muchos desean pero nadie firmó, y hoy por hoy tiene como garante a un Estado que se supone trata de hacerlo cumplir. Imponer la paz es en sí mismo un propósito violento, y esta es una paradoja. Otra es que las sociedades complejas se constituyan con una violencia original y un tratado de paz original, en tensión perpetua. Pero a lo que la pregunta se refiere es a una violencia individual, que también está presente en todas las sociedades pero con una intensidad variable, y que en Argentina se ha venido exacerbando en los últimos tiempos. Estamos pasando ahora por una etapa que me gusta denominar de violencia plus, y que consiste en un exceso insoportable respecto a las reacciones violentas propias de toda sociedad. Esa insoportabilidad de la violencia plus no es su aprovechamiento mediático, su publicidad, como algunos pretenden; es la gratuidad con que se ejerce, su no necesariedad, su ejercicio como don u ofrenda a las víctimas, y por su intermedio a una instancia superior que es la sociedad toda. La repetición de este plus, su insistencia, vuelve a la violencia una suerte de ritual laico, una especie de sacrificio a los dioses de la destrucción que las víctimas reciben con terror y la sociedad con horror, pero para los perpetradores es una ofrenda a su otro. La violencia plus practica un movimiento novedoso, el potlatch invertido. En el ritual del potlatch la donación a una persona es un gesto social receptado y valorado por todos. En su inversión violenta, al donar ese plus de castigo a la víctima, ni ella ni la sociedad pueden racionalizarla, y justamente ahí está su gratuidad, su imposibilidad de pensarle un valor; en cuanto al perpetrador obtiene con su ofrenda siniestra una satisfacción social, una reparación: al pasar a ser de víctima victimario, imaginariamente restablece el orden ideal del que la marginación lo había expulsado. Esta violencia individual y la del arte tienen algo en común, y es que en ambos casos hay un equívoco, algo dirigido a la sociedad que se desplaza y cobra cuerpo en un objeto individual. Ocurre en los ataques a las víctimas de robo, con el plus de violencia que sigue cuando el objetivo de la acción ya fue conseguido: tras robarle el auto a alguien le dan una paliza o lo matan sin motivo aparente, con un plus que funciona como una gratuidad o un regalo indeseable. En el arte o la literatura pasa otra cosa: el desplazamiento tiene como destino no un individuo sino una obra, y queda encapsulado allí, de modo que no lesiona los cuerpos de las personas. Por hipótesis, a medida que la violencia del arte entra a jugar para un artista o escritor, la individualización de la violencia social en él se neutraliza. En los lectores tiende a pasar lo mismo aunque me parece que en algún caso, en vez de conjurar la violencia, la puede disparar.

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