miércoles, 27 de noviembre de 2013
CABALLERO INEXISTENTE * - Segunda parte
*de
Gabriel Peskin
Hacerse
un nombre.
Un
nombre que pudo darse es “homosexual”. Dice que es un homosexual
virtual porque en realidad hace 30 años que no tiene relaciones
sexuales ni contacto físico con nadie. Sabe que si dice que es
homosexual pone un título, un nombre frente a la gente y
obtiene que nadie le pregunte mas nada. Es para los demás la
explicación. No se meten a indagar acerca de él.
Aprendió a poner una barrera que explica todo. Si es loco o raro
dirán “es porque es homosexual”. Este nombre es parte de su
semblante.
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miércoles, 20 de noviembre de 2013
CABALLERO INEXISTENTE * - Primera parte
* de Gabriel
Peskin
Semblante.
D.
tiene 60 años. Se presenta como el Caballero Inexistente. Es un
cuento de Italo Calvino sobre un caballero que era solo una armadura
sin cuerpo adentro. Sin ninguna necesidad corporal, no duerme, no
come. Todo el tiempo estaba ocupado con su armadura. Debía estar
prolija y correcta. Ocupado también con el orden del
campamento, las cosas de los demás caballeros debían estar prolijas
y correctas.
Es
un ejemplo de lucidez en cuanto a qué es el semblante, la
apariencia. Ese armado de simbólico e imaginario que da su cara a lo
real. Lo que cubre a su vez para aquel que no es psicótico lo
real, lo real del goce del cuerpo. La lucidez de Calvino es la
inversa a la del psicótico. Separa el semblante de lo real y lo deja
sin el cuerpo de goce que viene a cubrir. Deja solo las formas del yo
ideal frente al Ideal del Yo.
D
no cree en los semblantes, sus agudas ironías esta basadas en
esa crudeza de ver a la gente más allá del semblante. La
gente en su crudeza.
El
conoce su propio semblante y como funciona en la gente. La gente cree
en el semblante que él presenta, entretanto el mismo esta
desconectado de su propio semblante. A él no le dice nada, no le
significa nada. El dice de sí mismo que es un Zelig. Donde lo pongan
se adapta y cae bien.
D
es una armadura sin cuerpo adentro, un semblante sin cuerpo detrás.
Es una burbuja, él es nada, los demás
ven alguien en él. Un famoso poeta de Tel Aviv alrededor del cual
algunos se reunían en un café dijo de él que es el Hamlet
perfecto.
Otro
dijo que es el hombre sartriano perfecto. A menudo encuentra gente
que les cambió la vida algo que él dijo. D no guarda ningún
recuerdo de qué dijo. Tampoco de su paso por instituciones en las
que dio cursos y control. Lo eligieron como el mas humano, cálido y
agradable docente. Cuando me lo dice se encoge de hombros.
Propongo
para el caso de D. el semblante como un síntoma porque es lo que le
permitió anudar los tres registros, estar en alguna forma de
equilibrio y de relación social. Le permitió ubicarse en un
discurso social, circular por la sociedad con éxito notable, D no
pasa desapercibido. Ha circulado por instituciones, escrito artículos
que él no los
piensa, escribe automáticamente y no relee. Dice que no sabe pensar,
relacionar ideas. Toma prestado de otros el pensamiento y el los sabe
decir. Ha frecuentado grupos de elite de Tel Aviv, grupos
intelectuales, artísticos y periodísticos. Nada de eso
tuvo permanencia, cuando deja algo desaparece sin que le quede
ninguna marca. Hoy en día después de una serie de cortes de lazos
sociales están reducidos a un mínimo. Hoy en día vive
aislado, cortado de los vínculos con la gente. En su casa todo el
día con sus dos perras es como puede estar.
Dice
que en sus tiempos mejores es como la novela “El retrato de Dorian
Gray”. La madre le contó la novela: a Dorian Gray le han
pintado un retrato que oculta a los ojos del mundo, el retrato
envejece y se afea con el paso del tiempo y los actos inmorales de
Dorian. En tanto Dorian es siempre joven y hermoso. D ya no se
ve joven y hermoso, en realidad no se mira en los espejos, lo evita.
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miércoles, 13 de noviembre de 2013
MARCAS DE UNA EPOCA: LA OBESIDAD* - Última parte
Obesidad
y pulsión
El consumo
crea la ilusión de completud, sumiendo al sujeto en el autoerotismo
y coartando la posibilidad de lazo social.
Las
prácticas en la obesidad muestran dicho consumo, en la incorporación
irrefrenable de alimentos. Nos muestran ese exceso de goce en un
síntoma que escapa a las coordenadas simbólicas pensadas para la
construcción del síntoma clásico.
Nos
dicen sobre la desregulación pulsional tanto en el plano de la
oralidad como en la mirada. Sabemos que se come no solo a los fines
de la nutrición. Como señala J-A Miller1,
comer va de la mano de beber y hablar, es decir, que se come también
para gozar. Lo que apremia es la pulsión oral, el placer de la boca.
Asimismo,
el cuerpo del obeso se presenta, tal como alude Domenico Cosenza2,
como obscenamente evidente a la mirada del Otro.
Un cuerpo
excedido, que devora, que intenta no dejar restos, no dejar un
espacio que confronte con la falta, con el deseo.
En
esta época, en relación a lo que venimos diciendo y que J-A Miller
ha dado en llamar “Goces sin el Otro”3,
los sujetos muestran su goce y donde el Otro ya no opera con su
mirada en la producción de vergüenza que acote ese goce.
En una
época donde ha caído el N del Padre, donde no hay un Otro que pueda
limitar con su mirada los goces de los sujetos, el Psicoanálisis
intervendrá si los sujetos consienten en la búsqueda de esa verdad
reprimida, de esos significantes que los mantiene ligados a esos
objetos de consumo que más que “hacerlos felices” le garantizan
malestar y estrago.
1
Miller, J-A: El banquete de los analistas
2
Domenico Cosenza “La obesidad como síntoma
contemporáneo” en Aperiódico Psicoanalítico N° 17 “Sigan
gozando!”. Directora Edit Tendlarz
3
Miller, J-A y Laurent, E: El Otro que no existe y
sus comités de ética. Paidós, Bs. As., 2005
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Obesidad
miércoles, 6 de noviembre de 2013
MARCAS DE UNA EPOCA: LA OBESIDAD* - Segunda parte
*Texto
presentado en el Congreso de AASM por Edit Tendlarz, Cecilia
Mastropierro, Claudia Mastropierro, Mercedes Montero.
Época
En
“El malestar en la cultura”1
Freud refiere al antagonismo entre las exigencias pulsionales y las
restricciones que impone la cultura.
La
inclusión del sujeto en el mundo simbólico supone una renuncia
pulsional. La pulsión encuentra un límite en las exigencias del
mundo exterior, en las leyes impuestas por la civilización.
Fuente de
grave sufrimiento, nos dice Freud, cuando el mundo exterior rehúsa
las posibilidades de satisfacción, cuando se encuentran atemperadas
las exigencias de dicha.
En ese
afán en la búsqueda de la felicidad, la vida, en tanto impuesta,
nos resulta gravosa. El sufrimiento amenaza, señala Freud, de tres
lados: desde el cuerpo propio, desde los vínculos con otros seres
humanos y como mencionamos desde el mundo exterior.
Frente a
ello, para soportar la vida, están los calmantes: poderosas
distracciones, satisfacciones sustitutivas y sustancias
embriagadoras.
El papel
que cumplen las restricciones por las influencias exteriores e
interiores es establecido por la noción de superyo. De este modo, se
ubica el carácter prohibitivo del superyo, que pone un freno a las
aspiraciones pulsionales.
Ahora
bien, nuestra época se erige en un imperativo, que más que ofrecer
un límite, orienta, empuja al goce. Se eleva, entonces, la otra cara
del superyo, permisiva, que exige gozar.
El
malestar en nuestra época se corresponde con la invitación
irrefrenable al consumo, con el ofrecimiento de objetos alcanzables,
disponibles en el mercado, garantes de una satisfacción inmediata.
Pero no
hay posibilidad de saciedad, la falta insiste, en tanto aquello que
no puede ser colmado es del orden del deseo.
1
Freud, S: El malestar en la cultura Obras
completas Tomo XXI Amorrortu
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Obesidad
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