miércoles, 27 de octubre de 2010

PERIODISMO Y VERDAD* – Tercera parte

* por Gustavo Dessal. Nacido en la Argentina, reside en Madrid desde 1982, donde ejerce una práctica analítica privada. Es AME de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y coordinador del Nuevo Centro de Estudios de Psicoanálisis del Instituto del Campo Freudiano. Ha publicado más de un centenar de artículos en España, Inglaterra, Francia, Argentina y Brasil.


¿En qué se apoya esa confianza en la verdad? En una suerte de fecundo malentendido, consistente en que aquel que nos demanda su ayuda cree que poseemos la verdad que le falta. Somos para él un sujeto supuesto saber la verdad, y esa suposición juega un papel fundamental en el proceso del análisis, un papel que denominamos transferencia. Probablemente sea una disposición mental análoga a la que un lector mantiene con su periódico. Lo lee porque le atribuye la virtud de decir la verdad. En definitiva, en ambos casos la verdad se apoya en una creencia. A su vez, nuestra misión como analistas es ir demostrándole al paciente poco a poco que el auténtico sujeto supuesto saber  la verdad es él mismo, es decir, que la clave de la verdad está en él, en su inconsciente, y le ayudamos a descifrarla.
En este punto es ya interesante situar otra diferencia. Es evidente que para buscar la verdad, el análisis sólo dispone de los dichos del paciente. Los hechos, a los que supuestamente esos dichos se refieren, sólo pesan en tanto han sido incorporados a la palabra, es decir, interpretados por el paciente conforme a ciertas claves que forman parte de su subjetividad. Que un hombre, pongamos por caso, descubra en cierto momento de su análisis  que su dificultad para acercarse a las mujeres proviene del temor que le infundía su padre, no significa que esto haya tenido lugar en los hechos. Si esto es verdad, lo es en un terreno que Freud denominó el de la realidad psíquica. Allí, el enunciado “mi padre me infundía temor” tiene un valor de verdad, aún en el caso en que el padre del sujeto haya sido un ser absolutamente inofensivo.
Freud necesitó un tiempo para comprender esto. Al comienzo, creía en los hechos a los que remitían los relatos de sus pacientes, hasta que dio un paso trascendental, que cambió por completo su concepción de la verdad, el paso de reconocer que la verdad tiene una estructura de ficción. Decir que la verdad tiene estructura de ficción no supone rebajar la verdad al rango de un elemento ficticio. Una ficción es una construcción del lenguaje que posee una lógica propia, basada en sus propias leyes. Al igual que en un relato aceptamos las reglas de la verdad que el mismo nos impone, y estamos dispuestos a dar por verdadero que el protagonista vuele por los aires o vea a través de las paredes como si tal cosa, el psicoanalista sabe que la ficción que desde el inconsciente gobierna la vida de su paciente posee una gravitación análoga a la que los hechos físicos pueden tener sobre la naturaleza, es decir, que produce efectos reales. Algo es para nosotros verdadero en la medida en que sus consecuencias son reales, aunque se trate de una ficción. Si para el hombre de nuestro ejemplo es verdad la ficción de que su padre lo atemorizaba, lo es en la medida en que esa creencia ha contribuido a determinar una inhibición que es real. Y nosotros tenemos la comprobación de que el sujeto ha podido alcanzar una verdad de su inconsciente cuando eso le permite tocar una parte de lo real. Es, sin duda, una diferencia importante con respecto al modo en que el periodismo debe encarar la verdad, como algo que necesariamente debe estar refrendado en los hechos, aunque dejaré en manos de mi compañero de mesa el determinar si este principio se cumple. En el fondo, y esto es algo que imagino que los analistas, los periodistas y los historiadores compartimos, los hechos no son puros y objetivos. La invención de la fotografía aportó un elemento invalorable para la posibilidad de “fijar” los hechos. Ya no nos limitamos a leer sobre una batalla, sino que podemos ver la batalla en imágenes que en la actualidad nos son proporcionadas en tiempo real. Aún así, sabemos que una fotografía o un vídeo es una forma de encuadrar la mirada, y que la mirada puede variar según el ojo que mira. Por lo tanto, incluso el más sofisticado mecanismo de registro de los hechos no deja de ser una interpretación, lo que supone una mediación del lenguaje, y por lo tanto cualquier idea de objetividad absoluta resulta una pretensión ingenua, cuando no reaccionaria. Esto no significa en modo alguno negar que los hechos existen por sí mismos, que los muertos de una guerra son reales, más allá de cualquier interpretación que de su muerte pueda hacerse. Pero a partir del momento en que de eso se testimonia, el acontecimiento queda cautivo de una significación que lo atraviesa, lo moldea, y lo retransmite como representación. Incluso el testigo más fiel, como puede ser una cámara de filmación, nos está dando precisamente eso: una visión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario