miércoles, 22 de octubre de 2014

Los cuerpos fuera de discurso.* - Tercera parte

*Por María del Carmen Perez Cabalar, Edit Tendlarz, Cecilia Mastropierro, Claudia Matropierro, Diego Kleidermacher, Juan Pablo Martin Mogaburu, María Soledad Carnuccio, Paola Lorenzo. Trabajo presentado en Congreso AASM, 2014.

J es un paciente que encontró dentro del hospital, en la posibilidad de pintar una gran herramienta para acotar goce. Esta actividad se hizo tan necesaria para él que no lograba según sus propias palabras “poner en orden sus ideas” para comenzar el día sin haber realizado al menos unos trazos sobre un papel o un paño.
 J ha desencadenado su psicosis hace unos 20 años y hay entonces un antes y un después para el sujeto, sabemos que el mundo de J nunca volverá a ser el mismo que era. Lacan en la primera parte de su enseñanza nos orienta a partir de la metáfora delirante como suplencia de ese significante primordial “El Nombre del Padre” que ha sido forcluído por el sujeto.
Si bien no podemos sostener una suplencia en el paciente, podemos decir que J ha encontrado una compensación. No obstante, ésta no le permite su externación pues afuera se siente “perseguido”, en el hospital él “tiene un lugar, es alguien” mediante la pintura. En este punto nos interesa simplemente sostener la pregunta en relación a ¿Qué lugar ha tenido el arte para este paciente? ¿Qué lugar tienen las producciones artísticas en algunos sujetos psicóticos?
Si bien dejamos abierta la pregunta no nos vamos a detener en este trabajo a tratar de responderla, consideramos oportuno hacer referencia aquí a la figura de Van Gogh para el cual la pintura cumplía una función estabilizadora de gran importancia. En la correspondencia dirigida a su hermano Theo es frecuente el pedido de materiales que le permitieran seguir con su actividad artística, consciente del deterioro que sufría en ausencia de los mismos.
 Por una circunstancia ajena a su estructura psicótica j no pudo .continuar con esta actividad.
En nuestro paciente hubo una modificación del destino del goce al no poder retomar la creación artística que sus propios recursos creativos posibilitaban, y encontrándose en un proceso de retracción de la libido de los objetos externos hacia el yo, intentamos desde nuestra posición de analistas una maniobra, acercando un recurso con el cual J pudiera sostener de alguna manera su condición de artista.
A partir de entonces comenzamos con la lectura de libros de arte, biografías de pintores a partir de las cuales se producía un dialogo fluido con J donde este podía relatar episodios de su vida, a partir de las experiencias y vivencias de los grandes maestros de la pintura clásica.
Sería posible atribuir a esta nueva actividad de lectura de libros de Arte que está del todo relacionada con  aquello que anudaba de algún modo su estructura, un efecto de sostener la orientación del goce, evitando así una posible disolución imaginaria ante la imposibilidad de continuar con una actividad que para el paciente era  una necesidad para comenzar sus días.
Tal vez podríamos pensar también en alguna identificación imaginaria con otros que realizaban la misma tarea mediante la cual según sus propios dichos “tenía un lugar en el hospital”.

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