miércoles, 19 de mayo de 2010

OBESIDAD: UNA MODALIDAD DE GOCE AUTISTA* - Segunda Parte

* Trabajo presentado en el "I Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología, XVI Jornadas de Invesigación, Quinto encuentro de invesigadores de Mercosur " (2009) por Alicia Donghi, Osvaldo Rodríguez, Edit Tendlarz, Ana M. Oldecop, María Belén Silva, Ezequiel Weitzman


“Me como todos los problemas”: ¿Individuo o sujeto?


En la imagen del obeso parecería haber algo del no registro, algo de lo ignorado. En el decir de un paciente, que nunca hace referencia a su sobrepeso, aparece “Me como todos los problemas” (2). Aquí es donde el psicoanálisis desde su ética permite acompañar y desanudar la puesta en jaque subjetiva. Es que siempre, en psicoanálisis, se trata de una imagen ignorada (Lacan, 1936: 78) en tanto involucra el tomar el testimonio desde una escucha particular. Podríamos pensar entonces que la cuestión la ubicamos en lo que no se escucha, lo omitido, lo justificado, lo que queda por fuera de toda queja. La frase podría ser: “Ése no es el problema, y si lo es, debe ser rectificado como error.” En pocas palabras: “Si ése es el problema, me lo como.” ¿Pertenece o no, entonces, al campo de la escucha?


De esta manera, la obesidad parecería plantear una nueva arista de la subjetividad donde la Nada aparece impunemente: “in-pune”, sin castigo, sin límite, no hay golpe. En el caso de la obesidad, nada me satisface. Freud, en “Inhibición, síntoma y angustia”, plantea que la situación de peligro es el crecimiento de la tensión de la necesidad, es decir, la insatisfacción frente a la cual el niño es impotente. (Freud, 1925 [1926]: 130)


Pero, ¿hay o no hay malestar? Podríamos pensar que aquí nos topamos con algo del orden de la satisfacción, que se juega ya no dentro del saber no sabido como imagen ignorada que sobresale. Esta satisfacción pertenece a otro orden y no hace ruido, es silenciosa. Leemos en ello lo pulsional y, de esta manera, la libido termina siendo aquel órgano irreal pero al que, aún así, nada le impide encarnarse. (Lacan, 1964: 213)

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