miércoles, 13 de agosto de 2014
Dejarnos enseñar por el autismo* - Segunda parte
*
Por Claudia Lijtinstens
No
contando entonces con el aparato
del discurso
que permitiría decodificar los mensajes, cada niño autista instaura
una vía de defensa contra eso no simbolizado que le retorna
invasivamente a partir de diversas, y muchas veces insondables,
modalidades.
Para
quienes nos ocupamos de niños o jóvenes autistas -tanto en las
Instituciones como en la práctica de consultorio- se nos hace
ineludible descifrar., leer,
detectar, la presencia de ese modo singular e irrepetible que adopta
su lengua
privada y su medio singular de protección.
Este
armazón defensivo puede ser captado –aunque parezca desestimable
desde otras perspectivas de intervención- a partir de la repetición,
del golpeteo o los gritos sin sentidos, de la insistencia del
significante
sólo, de
los objetos o pedazos de objetos elegidos entre otros, pues es allí,
en esos detalles, desde donde se pueden rastrear los signos de ese
“tratamiento” que el niño –como lo precisa A. Stevens- ya
viene realizando para defenderse de aquello que lo invade y no puede
poner en palabras.
Ese
acoplamiento del sujeto a un objeto bizarro
explica la manera cómo el cuerpo puede volverse un medio para
“pegarse” al otro, en la medida en que no ha producido los medios
simbólicos capaces de organizar una relación al prójimo que le
permitan una decodificación de la demanda y del Otro.
El
sujeto, al no contar con la norma de ordenamiento del espacio y del
tiempo como construcciones simbólicas, se desplaza adhiriéndose
desmedidamente al otro y a los objetos, defendiéndose –en el
mismo paradójico movimiento- de los fenómenos alucinatorios (mirada
y voz) de los que padece.
Frente
a esto se intenta evitar que el sujeto quede constreñido por estos
fenómenos a una repetición infinita, pero se realiza evitando
provocar una nueva constricción, esta vez por parte de un supuesto
método de reeducación. En
ningún caso se trata de dejar al niño ser el juguete, por ejemplo,
de sus estereotipias, repeticiones, ecolalias, considerándolas como
un primer tratamiento elaborado por el niño para defenderse; se
trata de introducir allí, en una presencia discreta, nuevos
elementos que van a complejizar “el mundo del autismo”. Miller,
Judith. Comisión de iniciativas del Instituto psicoanalítico de la
Infancia.
Las
intervenciones entonces, prudentes, asentadas en un territorio que se
esboza a partir de referencias espaciales no estandarizadas, atentas
a las cadencias o repeticiones que advierten sobre la proximidad o
distancia del otro, que privilegian un uso discreto de la voz y de la
mirada, se apoyan en una distracción intencional de ese operador
que pone al resguardo a algunos sujetos autista de esa presencia
perturbadora que pueden encarnan los otros.
Serán
metáforas de clasificaciones y separaciones que escanden ese
continuum,
embragues que encadenan el pasado y el futuro, espacios re-apropiados
transformados en su sentido, significantes que se transmutan en su
intencionalidad, una apuesta dirigida no a generar perplejidad o
enigma sino a provocar un encuentro -no anticipado- con el signo más
genuino de cada sujeto.
Desde
esta perspectiva, toda intervención –todo cálculo de una
intervención- debería orientarse a producir en primer lugar, una
pausa
en la deriva metonímica a la que tan frecuentemente se enfrenta el
sujeto autista, al establecimiento de las condiciones más o menos
exactas, más o menos acordadas que permitan la amplificación del su
mundo y de los objetos, y, en ese marco, promover una nominación
singular que
le permita circular entre algunos otros.
Esta
vía permite acercarnos a la cifra
específica de su modo de aproximarse o defenderse del otro, como un
modo de introducir la ligazón del significante al cuerpo para hacer
posible elucidar el acontecimiento
de cuerpo
y las maneras en las que un sujeto responde a lo imposible del
encuentro con el Otro y se protege de los equívocos de la lengua.
Etiquetas:
Autismo,
Clinica con niños
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