miércoles, 21 de mayo de 2014
Sujetos autistas: el nuevo Golem del cognitivismo*- Segunda Parte
La verdad que se persigue no surge de
tomar en cuenta el decir del sujeto que se dirige a alguien –al
Otro para ser más precisos–, direccionalidad a tener en cuenta aun
si se trata de las esterotipias y ecolalias de niños autistas. El
terapeuta, entonces, debe estar a la escucha, no del ser hablante
singular que es el paciente, sino de los efectos del medicamento. A
partir del residuo de esta práctica, se le superpone un tratamiento
de “apoyo” en el ámbito de lo “mental” que tratará de
producir cierta regulación del síntoma por vía de la sugestión.
Como no hay definición científica de la norma mental –se trata
del conjunto personal de hábitos, creencias, sensaciones, etc– es
necesario pasarla a alguna forma de objetividad cuantificable.1
Las teorías de la identidad
mente-cerebro presuponen que las sensaciones y pensamientos, es
decir, el campo entero de la psicología implícito en nuestras
prácticas de atribución de los innumerables estados mentales,
pertenecen a una teoría científica que podría ser reducida a la
física y química del cerebro combinadas con la ciencia
computacional. El proyecto de reducir los estados mentales a los
formalismos de la computación tropieza, primero, con que ambos
estados tienen propiedades formales muy diferentes.2
Además, el conjunto total de los estados computacionales de un
sistema dado se define implícitamente en forma simultánea, esto es,
en función de la totalidad de sus relaciones, ya determinadas de
antemano, con todos los demás estados, distinguiendo así cada uno
de éstos de todos los demás –definición necesaria para poder
sostener el automatismo en las “decisiones” que toma el sistema.
Ninguna teoría psicológica podría individualizar ni definir
implícitamente sus estados proponiendo un conjunto de leyes que
distingan entre un estado psicológico y otro, definidos estos y
todas sus relaciones de antemano. Este proyecto pertenece más a la
ciencia ficción que a las ciencias propiamente dichas. La idea de
hacer equivaler los estados mentales a estados computacionales se
redujo a unas pocas posibilidades postulándoselos como formas
ideales de funcionamiento.3
La identificación establecida fija
la objetividad con la única propiedad que tienen en común estados
tan diferentes: un número surgido de alguna “medición”. Esto
implica que lo cuantitativamente idéntico tendría las mismas
propiedades, es decir, se refreriría a la “misma” enfermedad. El
valor medio estadístico deviene la norma mental que establece,
intempestivamente, la existencia de una salud mental. Y, por ende, el
desvío más allá de cierto límite, estipulado como lo anormal,
define al síntoma como una cantidad en exceso referida a la
frecuencia o intensidad de un determinado signo observable. El
cálculo estadístico no sirve ni para justificar ni para garantizar
el éxito de la inferencia inductiva operada porque el paso de las
observaciones a las leyes generales no es una conclusión lógica
sino una decisión política.
La estadística sirve, en este caso, para reintroducir en un cálculo
posible lo que no responde a los protocolos terapéuticos
pero al precio de eliminar de las consideraciones aritméticas el
probable caso que contradiga la eficacia terapéutica. Tal caducidad
de la excepción anula la hiancia que haría lugar a lo singular del
sujeto.
1
Aflalo, A., “Cuestionarios y cientificismo”, Freudiana n°
40, E.E.P. de Catalunya, marzo-junio de 2004.
2
Putnam, H., “La importancia de ser Austin: la necesidad de una
´segunda ingenuidad´”, Sentido, sinsentido y los sentidos,
Paidós, Barcelona, 2000, pag. 85-95.
3
Ïbidem.
Etiquetas:
Autismo,
Biopolítica,
Psicoanálisis y neurociencias
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