miércoles, 9 de octubre de 2013
TODOS A LA ESCUELA* - Cuarta parte
*Por Laura Kiel (Psicoanalista, Miembro de la EOL y de la AMP,
Coordinadora del Posgrado de Psicoanálisis con Especialización en
Educación de Causa Clínica, Coordinadora de la Pasantía: Una
práctica interdisciplinaria en el campo escolar,
Seretaria.Extensión, Facultad Psicología, UBA)
Una viñeta, a modo de ejemplo.
Quiero hablar de un niño, al que llamaremos Juan, aún lo recuerdo
con esos ojos grandes que expresaban angustia pero no sostenían la
mirada, escondido debajo del escritorio de su maestra esquivando los
signos de la presencia del Otro, con un balanceo estereotipado y un
mutismo pertinaz, su mochila aún sobre sus espaldas y atento a la
puerta de salida.
La escuela consulta porque estábamos en setiembre y este niño
estaba cada vez más aislado del contexto y sumido en sus
estereotipias. ¿Cómo habíamos llegado hasta esta altura en estas
condiciones? Nadie podía darme algún dato relevante sobre los
primeros meses del año. Luego de un tiempo de entrevistas con la
directora, la maestra, los profesionales del Equipo de Orientación
Escolar, me encuentro con los cuadernos de Juan. Para mí sorpresa,
hasta junio se encontraban completos, prolijos y con buena letra.
¿Qué había pasado? Tenía que haber ocurrido algún suceso que
desencadenara esta desconexión. La suposición de un sentido para
lo que le ocurría a Juan finalmente llevó a la docente a realizar
una indiscreción. La docente (a la que le hubiera correspondido ese
primer grado pero a causa de Juan se le designó otro curso) le había
dicho casi al oído durante un recreo que si no dejaba de correr, le
iba a bajar los pantalones en el patio delante de todos los chicos
para que le vieran la cola y se burlaran de él. Juan salió
corriendo, se escondió en posición fetal y a partir de ahí no
puede volver a participar de los recreos ni a soportar ser mirado por
sus compañeros. La contingencia hizo que este niño se topara con
ese goce oscuro, sin velos, bajo la forma de esas prácticas de
crueldad ya repudiadas aunque no necesariamente abandonadas. Los
recursos con los que contaba Juan para sostenerse en la escuela y
seguramente en la vida, no le alcanzaron para hacer frente a ese mal
encuentro y estallaron en una multiplicación de ojos que lo
perseguían.
Sin ánimo de justificar ese gesto, es probable que esta docente no
pudiera anticipar el daño que le causaría a este niño, y también
suponemos que cientos de niños en sus años de docencia padecieron
tratos similares, solo que Juan se encontraba más indefenso. Un
recorrido por las aulas nos enfrentaría con los resabios de viejas
metodologías encarnadas aún en los docentes más jóvenes:
posiciones renegatorias de la propia falta, miradas aguzadas para
encontrar la falla a corregir en el alumno y modalidades de
enunciación imperativas.
El modelo escolar en su conjunto empuja a los niños con compromiso
emocional a lo peor.
La solución que pedían los docentes de esa escuela era un maestro
integrador para que mirara y siguiera a Juan todo el tiempo.
La persona que acompañara a este niño debía estar advertida de lo
perturbante que resultaba su presencia y encontrara el modo de
mostrarle a Juan que no necesitaba defenderse de ella. Pero para
esto, era imprescindible que pudiera reconocer los recursos que había
encontrado Juan para mantener al Otro a distancia. ¿Cómo lograr
que este niño dejara de destinar tanta energía para protegerse de
ese Otro que le resultaba invasivo y abusador? En lugar de sumar
sabíamos que se trataba de restar, restar presencias, voces,
miradas, todos los signos de esa presencia del Otro intolerable. La
dirección que orientaba esta intervención consistía en Hacerle a
Juan soportable el Otro.
¿Cómo intervenir sobre ese efecto de significación que arrojó a
este niño a esa posición de resto, de objeto coagulado en ese
significado inefable que le vino del Otro? Se trataba de evitar toda
presencia enunciativa, y tomar como referencia la orientación de
Lacan en el Seminario XI, la falta en el Otro la encuentra el sujeto
en la propia intimación que ejerce sobre él el Otro con su
discurso, “en los intervalos del discurso del Otro surge en la
experiencia del niño algo que se puede detectar en ellos
radicalmente –me dice eso, pero ¿qué quiere?”
Allí donde un integrador es llamado a responder, a completar, a
reponer sentido, se trataba de hacer lugar a una intimación y una
convocatoria al sujeto desde ese lugar de la falta misma, desde una
posición que sabe no saber. Posición en falta que permita a ese
niño dedicarse a su esfuerzo de invención que le permita alcanzar
ese arreglo posible entre el sujeto, su cuerpo y su palabra, tal como
plantea Jacques Alain Miller en su comentario
sobre el caso de una niña Ana en Aperiodico, Autismo I.
Etiquetas:
Autismo,
Clinica con niños,
Educación
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