Asistimos a una época en que ciertos ideales han caído, donde ha declinado la función paterna y la autoridad . De modo que nos encontraríamos con diferentes modalidades y múltiples modos de goce no regulados por la ley. La figura del padre ha caído y ahora es el objeto de consumo lo que se sitúa por arriba de todo sujeto, imponiendo su propia ley y estableciendo su norma. Tal es así que podría decirse que las leyes del mercado promovidas por el discurso capitalista han desplazado al ciudadano del centro de la escena, adviniendo en su lugar el consumidor, en donde el derecho y el deber se reducen a un mismo imperativo: consumir.
Contrariamente a la posición que deviene del nombre del padre, lo que se advierte es el movimiento hacia el consumo masivo. Al no contar con el límite y la mediación que instaura dicha función (NP), existe un empuje a consumir en forma desmedida, en donde más que un nombre que organice hay un ser nombrado a la orden de consumir. Podemos plantearnos si se podría ubicar a la obesidad como paradigma de este hiperconsumo.
El sujeto obeso muestra una fijación al objeto pulsional, con el cual obtiene una ganancia de goce, por fuera del inconsciente, refractaria al discurso del amo. La prevalencia es la del discurso neo-capitalista, donde al lugar del S1, de los significantes amos, viene el mercado junto a la incidencia de la ciencia, con su producción de gadgets, a comandar. Podríamos pensar al obeso, entonces, como alguien alienado en este mandato de consumir, dormido en la creencia imaginaria de la existencia de un objeto adecuado a la satisfacción; pero este empuje al consumo, al igual que el de la pulsión, es constante. De modo que existe una paradoja en esta época: los objetos de consumo no son creados para satisfacernos, sino que, como muchas veces promueven una permanente insatisfacción.
Estaríamos entonces obligados a ser felices mediante el consumo de objetos que no nos sacian. El psicoanalista italiano Máximo Recalcati se refiere a esto como falta radical incalmable, en donde el vacío constituye el trasfondo del objeto-comida. Dirá al respecto que “el vacío que habita al sujeto no depende de la sustancia del objeto, sino que está hecho de la misma tela, por decirlo así, que trama al sujeto mismo…” . En dichos de un paciente: “Siento que quiero tener mi estómago siempre lleno, es como un gran vacío que quiero llenar… siempre tengo hambre for ever, me lo paso viendo televisión y comiendo”. Este dicho puede pensarse en lo que Lacan llamó en La ética del psicoanálisis “exigencia de goce”. Una doctrina del superyó, una exigencia antiadaptativa, del retorno de una satisfacción primaria. El fundamento de esta ética es el goce, no es la ética del bienestar, del placer, sino su más allá. El sujeto tiene como bien supremo algo que no es placentero. Su búsqueda no es la del bien sino la de su goce, se dirá, del lado del mal fundamental, que es lo que Freud desarrolla en Más allá del principio del placer y, como dijimos, en Malestar en la cultura.
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