miércoles, 9 de diciembre de 2009

De la anorexia al síntoma - Segunda Parte

por Verónica Carbone*        
                    *AP de la Escuela de la Orientación Lacaniana
                      Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana



Viñeta

Una joven consulta a pedido de su madre. Extremadamente delgada, en las primeras entrevistas relata que está desorientada, no sabe qué hacer con su vida. Menciona como al pasar una pareja que tuvo y que compartía el rasgo de ser diferentes, dice: “Íbamos contra el caretaje social de nuestros viejos”

La desconfianza era lo que caracterizaba las entrevistas. Desconfianza a la que no se le dio importancia pues sabemos con Freud que “ella cuenta apenas frente a las resistencias internas que mantiene anclada la neurosis (…) su desconfianza no es más que un síntoma entre los otros que él tiene.”

Es así como llega un día y a modo de confesión comenta que es anoréxica. Ante la pregunta sobre qué es para ella ser anoréxica, dice: “Ser anoréxica es no comer y hace 3 años que lo soy.”

Señala su identificación a un significante uno y a un saber que no se pregunta por más. El sujeto anoréxico desconfía de la palabra del Otro pero se somete a los significantes “epidemia” que le permiten, frágil pero consistentemente, darse un ser en común con otros.

Se le pregunta: “¿Cuándo es que comenzó a comer nada”?, pregunta equívoca que hace surgir un recuerdo angustioso que se refiere a los últimos años de colegio. Eran los tiempos en que libraba una feroz pelea con la madre.

La acusaba de exigente, de querer las formas para los hijos, y ella trataba de ser excepcionalmente distinta. Iba contra las reglas, entre las que se contaban las alimenticias. Así adelgazó 15 kilos. Y desde hace 3 años mantiene ese peso conservado con dietas, caminatas y olvidos por la comida -no tiene necesidad. Todo esto es dicho con mucho enojo.

Se abrían dos posibilidades de abordar lo que le pasaba a esta joven. Una era por el lado del trastorno alimentario y su posibilidad de corregirlo. Otro modo era preguntar qué hacía que ella quedara tenazmente aferrada a una privación de alimentos, escondida bajo una falsa “no necesidad”, privación que se dirigía al Otro materno.

La pelea con la madre va cediendo a medida que accede a un secreto familiar. Su madre es hija adoptada, los padres genéticos desaparecieron, y son de una condición social baja.

La relación madre-hija se modifica: de un saber que se desarrollaba en lo académico (las dos excelentes estudiantes y profesional la madre), certero, excepcional y que ponía en juego la rivalidad entre ambas, se desliza a un saber supuesto enigmático sobre lo que le pasa.

El ideal de delgadez que mostraba a su madre escondía la problemática de la castración imaginaria, la posición fálica, cuestiones que se interpretaron como el rechazo al cuerpo femenino.

Comienza a hablar en su tratamiento de la relación con aquel novio que tuvo en la época de la crisis que hace que comience con el síntoma anoréxico. Marca lo andrógino de los cuerpos de los dos, la relación del muchacho con la droga, las características “lumpen” que le atraen de él que relaciona a su condición social. Surge la angustia, la que propicia el camino a lo real en juego y que se anuda entre su relación a la femineidad, el cuerpo y el amor.

(Artículo publicado en el  "Aperiódico psicoanalítico" )

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