miércoles, 22 de enero de 2014
Testigo de una psicosis * - Segunda parte
* Por Lic. Romina Giavino
¿Qué
demanda M? Ella parecería que viene sin saber por qué ni para qué.
Viene. Se encuentra bajo tratamiento con un psiquiatra y con
neurólogo (dado que es epiléptica desde muy temprana edad). Siempre
llevada por su madre de la mano, literalmente, con quien mantiene una
relación especular. M está ubicada como objeto a
de la madre. Lo que dice M en la primera entrevista es que a veces se
pone “nerviosa”. Le va a llevar bastantes entrevistas darme el
testimonio de ésto, lo cual en su entorno es reducido a un discurso
“medicalizado” de lo que es la epilepsia, sin dar lugar a un más
allá de lo orgánico, donde se encuentra un sujeto y su estructura.
“La imagen del médico en nuestras sociedades se nos aparece
rodeada de un halo de benevolencia y jerarquía, de saber y poder.
(…). Es este quién decide de qué se sufre, qué se ha de hacer y
qué tratamiento se ha de cumpliri”,
refiere Clavreul. Esto lo acató al pie de la letra, su madre, quien
idealiza la figura del psiquiatra. El Dr. refiere no creer en la
psicología para “este tipo de pacientes” ni en el acompañamiento
terapéutico. Sin embargo, M viene y parece encontrar un lugar donde
sí se puede hablar de los “nervios”, “crisis”, “ruidos”,
“voces”, de “maquinarse”, sin necesidad de taponarlos. Hay
lugar para alojarla como sujeto, no del inconciente, sino como sujeto
que padece por la demasía del goce en lo real, un lugar para que dé
testimonio de ésto. ¿Cómo se manifiesta en M este padecimiento?
Padecía de sus “crisis”, las que le ocurrían las más de las
veces en su habitación. Éstas consistían en no poder conciliar el
sueño y empezar a ponerse “nerviosa”, sin poder atribuirle un
sentido a esto que le ocurría. “No sé qué me pasaba”, refiere.
“De repente me encontraba gritando, saltando y desordenando toda la
cama.” Era un puro grito, descripto por Lacan como fenómeno del
alarido, de franja entre lo simbólico y lo real, dejando por fuera
lo imaginario. M refiere no darse cuenta de que estaba gritando. Un
fenómeno de pequeño automatismo, según De Clérambault, en el área
emocional, es la emoción sin objeto, en el que M irrumpe en llanto
sin motivo aparente, es una emoción súbita y exagerada. Un fenómeno
que podría establecerse como de gran automatismo, por el componente
ideativo, es la idea de que por la noche va mucho al baño (sensación
en el cuerpo de tener que orinar), debido al calor que entra en su
habitación: “me afecta mucho el sol y me afecta la orina”.
También presenta alucinaciones, elementales como lo son los “ruidos
que venían de afuera” y los “murmullos”, y alucinaciones
verbales, las “voces”. De éstas dice una vez que era su padre
ordenándole que guarde sus producciones de arte. Otra vez localiza
la voz como de su vecina, de quien dice “no me cae muy bien, no sé
por qué” y la última voz de la que habla, más bien que habla en
ella, es la de una amiga de la infancia, que es homosexual, la cual
le pide “quiero ser tu amiga de nuevo”, a lo que ella responde
“ya formaste pareja y es diferente ser amigas de vuelta”. “Se
me tiró el lance” refiere M, en una ocasión en que tenía 14
años, a lo que le comentó a su madre, quien le dice que debe
terminar la amistad. Al preguntarle cómo era la voz, ella dice “poco
amigable y otro poco que me presionaba, me insistía”. Entonces, si
M viene a dar cuenta de lo que se le aparece en lo real por forcluido
que está de lo simbólico, la demanda de M es demanda del NP.
Recalcati afirma: “Que la demanda del sujeto psicótico es siempre
una demanda de Nombre del Padre, demanda de un significante del cual
el sujeto no dispone para regular el propio goceii.”
Clavreul J., en El
orden médico
Recalcati, ídem.
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