miércoles, 28 de abril de 2010

Entrevista a Deborah Fleischer * - Tercera parte

Entrevista realizada por Juan Pablo Martin Mogaburu


*Doctora en psicología
  Directora del CID San Luis del Instituto Oscar Massotta
  Profesora de la Facultad de Psicología – UBA
  Investigadora UBACyT
  AME De la Escuela de la Orientación Lacaniana


Lacan en el seminario 10 habla de devolver al síntoma a su forma clásica, ya que no puede tomárselo por las orejas. Teniendo en cuenta esto: ¿Qué estatuto cobra el síntoma en el adicto? ¿Como se establece la dirección de la cura en esta clínica?

La experiencia del análisis, a diferencia del concepto hegeliano no es ya una experiencia del yo ni del sí mismo. El núcleo de nuestro ser no coincide con el yo. Este es el sentido de la experiencia analítica, y, alrededor de este sentido, nuestra experiencia se ha organizado. Tampoco comparte la ambición de algunos artistas, filósofos, escritores, que buscar una autodeterminación y el atravesamiento de un límite, intentando modificar estados de conciencia. Para Foucault, por ejemplo, se trata del sujeto que se reconoce como tal. Ese no es el sujeto para Lacan, por lo menos desde 1958.

La experiencia del análisis introduce la cuestión del sujeto y la de su responsabilidad, responsabilidad que la droga intenta dejar fuera de juego. La dificultad en el tratamiento del adicto es pasar de esa experiencia intransmisible a esta otra, del análisis, dado que el psicoanálisis se ocupa de ese sujeto que la ciencia excluye, y es en ese sentido una nueva torsión de la experiencia, por ser una experiencia que no propicia nuevos fantasmas. No se trata de colmar al sujeto por el objeto droga, sino de su división. En tanto experiencia transmisible se trata de que el sujeto diga, lo que implica que la droga deje de cumplir esa función unificante, para convertirse en un objeto de la serie.

miércoles, 21 de abril de 2010

Entrevista a Deborah Fleischer * - Segunda parte

Entrevista realizada por Juan Pablo Martin Mogaburu

*Doctora en psicología
  Directora del CID San Luis del Instituto Oscar Massotta
  Profesora de la Facultad de Psicología – UBA
  Investigadora UBACyT
  AME De la Escuela de la Orientación Lacaniana



Teniendo en cuenta que desde el psicoanálisis se sostiene que el sujeto siempre es responsable, ¿puede hablarse de responsabilidad por parte del sujeto adicto? ¿Cabría llamarlo sujeto?

Actualmente la gente se presenta al consultorio dándose un diagnóstico: estoy deprimido, soy bipolar, soy toxicómano. Ese aparente saber esconde un deseo de no saber. De engañarse.


Si seguimos la definición de Freud de que la angustia no engaña y es el único afecto que no se liga a una representación, encontramos ya un motivo para investigarla así como para diferenciarla de la inhibición en tanto. Se trata en la inhibición de un no querer saber mientras que en la angustia se anticipan eventos catastróficos


La lógica actual se sostiene en el enfoque es que los trastornos se definen por su respuesta al medicamento, de modo que a la pregunta: “¿Que es la depresión?”, la respuesta es: “La depresión es lo que reacciona a los antidepresivos“. Podemos encontrar aquí la posición enunciada por Hipócrates: "Es el tratamiento en definitiva el que revela la naturaleza de las enfermedades." Freud pensaba lo mismo cuando escribe sobre la cocaína, la cocaína actúa sobre la lesión no detectada.


Podemos decir que hay consumo de drogas en las distintas estructuras clínicas, teniendo la droga una función diferente en cada una. Lo mismo pasa respecto de lo que se presenta habitualmente en la clínica como: tristeza, angustia, inhibición, aversión de sí, baja autoestima, etc.. La clínica freudiana y lacaniana ofrece un esclarecimiento que deshace todo vínculo de la depresión con factores orgánicos y permite diferenciar precisamente estas manifestaciones. El psicoanálisis toma en cuenta para el diagnóstico tres estructuras: las neurosis, las psicosis y las perversiones. No hace de la depresión una estructura clínica. Lo que cuenta es la posibilidad de que la depresión se juegue en las diferentes estructuras y tengan una función diversa, no sólo en las mismas, sino en cada sujeto en particular, es decir, cómo cada sujeto se inscribe, con su sufrimiento, en una de estas estructuras. Se comprenderá que se trata, por lo tanto, de una clínica de uno a uno; de allí que se puede decir que. De allí que nuestra clínica no trata la depresión sino al sujeto que dice estar afectado por depresión y consecuentemente se hace necesario entonces tratar de ubicar el fenómeno depresivo en la estructura y en la singularidad de cada sujeto. Por lo tanto el paso inaugural para que un análisis pueda advenir es abordar al sujeto por sus dichos suponiendo que eso remite a otra cosa y que, a su vez, para ser despejada, es necesario que el sujeto hable. Allí podemos plantearnos la cuestión de la responsabilidad. Retomaré el tema de la experiencia y del resto de su pregunta en la respuesta siguiente.

miércoles, 14 de abril de 2010

Entrevista a Deborah Fleischer* - Primera parte

Entrevista realizada por Juan Pablo Martin Mogaburu

*Doctora en psicología
  Directora del CID San Luis del Instituto Oscar Massotta
  Profesora de la Facultad de Psicología – UBA
  Investigadora UBACyT
  AME De la Escuela de la Orientación Lacaniana


Teniendo en cuenta las particularidades de la época, al modo en como se vive la pulsión en nuestros días, y, el lugar que ocupa allí el consumo ¿Cuál sería la particularidad del consumo de drogas en relación a la demás llamadas nuevas patologías del consumo o nuevos síntomas?

Debemos preguntarnos si “la toxicomanía” es un síntoma o no lo es. Así como algunos posfreudianos toman como borderline los pacientes que muestran impulsividad, falta de control en el uso de estupefacientes, u otras compulsiones desde la posición de Freud y Lacan podemos plantearnos la discusión de ese eje, para ubicar su generalización, donde se ubica compulsión como un rasgo esencial de los llamados Borderline (Ver DSMIV). A partir de ello es necesario diferenciar los pacientes borderline de las psicosis ordinarias de las que habla Lacan, pero también diferenciarla de los cuadros como las toxicomanías, y otras adicciones. Lacan a diferencia de los posfreudianos intenta hacer síntoma el no síntoma. El no síntoma de los “borderline”, pero nosotros podemos plantearnos lo mismo en los toxicómanos, es decir hablar de borderline o hablar de adictos es una generalización que pierde de vista el síntoma.

¿Qué diferenciación puede establecerse entre los llamados nuevos consumos de los consumos más clásicos?

La adicción actual es el intento radical de desembarazarse de toda experiencia, precipitando al sujeto del lado de la pura reacción. Esto lleva a diferenciar el consumo como búsqueda de experiencia de filósofos y escritores de otras épocas y lo que ocurre en la llamada “toxicomanía de masas” que se extiende a escala mundial como fenómeno de los últimos 30 años. Algunos autores consideran la experiencia ("Erfahrung") algo inmediato, como lo hace Hegel, quién en el título original de la Fenomenología del espíritu la nombra Ciencia de la experiencia de la conciencia, con lo cual ubica a la conciencia en un camino hacía la ciencia y donde ya se puede recoger una definición de experiencia en esa unidad. Se considera a la experiencia siempre como la experiencia de un saber. Bataille sostiene que la experiencia, como inmediatez, es justamente introducir el saber.


La búsqueda de «una experiencia» en la «adicción» rechaza el saber. Podemos ubicar dos recortes clínicos: un caso citado por Germán García dónde la analizante afirma que «la droga me sacó de la droga», argumentando así que la lucidez que le provocaba le hacía insoportable la droga. El segundo ejemplo es de mi práctica. Se trata de un paciente que viene «fumado» a la sesión, supuestamente porque esto le abriría la posibilidad de la asociación libre, su aceleración es tal que no puede detenerse en ningún tema, termina diciendo estoy perdido, lo que me lleva a señalarle esto que dice y cortar la sesión.

"Fernando Pessoa: un retorno a la subjetividad." *

 * Por Miguel Ángel Alonso (Miembro de la ELP)


Como contrapunto a una sociedad que rechaza con furor inusitado lo subjetivo, en la que se asienta con una fortaleza casi absoluta lo imaginario, impulsada por corazones que laten al ritmo de impulsos tecnológicos, como contrapunto a una sociedad en la que se ofrece todo como alcanzable eliminado la imposibilidad y el vacío que nos habita, se nos ofrece, sugerente, un estado del alma asomado al desconocimiento: Fernando Pessoa.


Es él uno de los poetas portugueses por excelencia. Sus palabras, setenta años después de su fallecimiento, perduran vívidas soportando melancólicas, pero nítidas y serenas, la marca indeleble de la verdad misma del ser humano.


La presentación de Fernando Pessoa sólo puede hacerse a través de sus heterónimos, personajes independientes, voces singulares que el poeta fue descubriendo dentro de su propio ser, diferentes incluso a la de aquél que las sintió crecer. Los nombres de los principales heterónimos son: Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, y el propio Fernando Pessoa, además del semi-heterónimo Bernardo Soares, personaje de un discurrir vital más cercano al del propio poeta.


Fernando Pessoa es la morada que acoge la tristeza confortable de una existencia múltiple, el clamor de tantas voces que, sin propósito, se reúnen dignificando su vacío, abrochando, universalizando en una obra de literatura la expresión de sensaciones y paradojas, “paz de angustia”, “sosiego hecho de resignación”, pérdida de la inconsciencia, o lo que es lo mismo, conciencia de la irremediable derrota final. Un “saber hacer” mezcla de acción y sueño, manera que tiene su ser de habitar el lenguaje a través de la escritura.


Situándonos en el ámbito del lenguaje, quizá Fernando Pessoa no disponga propiamente de un comienzo y, en consecuencia, de una historia al estilo de la típica novela familiar, es decir, de un entorno que cumpliera la función de abrocharlo a la vida. Posiblemente eso se le sustrajo. No habiendo podido sentir en su exterior el comienzo de nada, sería entonces un poeta del inicio. Encarnó la ausencia en estado puro, el exceso estructural del deseo que partió de su vacío para perderse y renovarse en aconteceres literarios. Su yo diluido se despliega en una problemática vital: “El poeta tiene que crear el medio que lo comprenda” decía en Páginas de literatura y estética. Crear una invención para sostenerse en la vida no podría hacerse sin producir una ruptura. Se compromete con una irrespetuosidad en referencia a los modos habituales de entender la subjetividad, de habitar el ser, y de inventar el conocimiento. Ilustra una refutación de la unidad de lo imaginario como sostén del cuerpo y de la vida, yendo más allá de ello. Su heterónimo Bernardo Soares, autor del Livro do Dessasossego sabe, no la verdad, sino el carácter fantasmático de lo que la vela: “El mundo exterior existe como el actor en un palco. Pero es otra cosa”.


Fernando Pessoa es la expresión nítida de fundamentos universales. Los celebrados heterónimos no son ilusiones de un loco, sino una forma de revelarse la verdad, la irremediable división subjetiva, si acaso acallada, silenciada, velada por el saber tradicional, más no por un poeta de su extraordinaria dimensión. Y son los heterónimos el límite en el que Pessoa sabe vivir como verdadero poeta. ¡Cuán difícil es sostenerse en esa frontera! Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Bernardo Soares, Fernando Pessoa, viven la división de una manera radical. Lejos de anularla se esfuerzan en cultivarla mostrándonos, con toda la fuerza de la trágica belleza, una de las características primordiales de la condición del sujeto de la palabra:


“Creé en mí varias personalidades, creo personalidades constantemente. Cada sueño mío es inmediatamente, después de aparecer soñado, encarnado en otra persona, que pasa a soñarlo, y no yo. Para crear, me destruí; tanto me exterioricé, dentro de mí, que dentro de mí no existo sino exteriormente. Soy la escena viva donde pasan varios actores representando varias piezas”.


Pequeños párrafos como éste, me parece que ilustran la armonía existente entre la singular posición de Fernando Pessoa acerca del ser y el lenguaje, y ciertas vertientes del campo analítico tomadas desde el lugar de la experiencia, también singular y particular, de un psicoanálisis. En esta pequeña y limitada escritura nutriré mi reflexión con palabras del semi-heterónimo Bernardo Soares y del heterónimo Alberto Caeiro.


Abramos pues el Livro do Dessasossego de Bernardo Soares. En una de las primeras páginas de la edición Europa-América nos encontramos con el siguiente párrafo:


“El mal todo del romanticismo es la confusión entre lo que nos es preciso y lo que deseamos. Todos nosotros precisamos de las cosas indispensables para la vida, para su conservación, para su continuación; todos nosotros deseamos una vida más perfecta, una felicidad completa, la realidad de nuestros sueños. Es humano querer lo que nos es preciso y es humano desear lo que no nos es preciso, pero es para nosotros deseable.

Lo que es dolencia es desear con igual intensidad lo que es preciso y lo que es deseable y sufrir por no ser perfecto como si se sufriese por no tener pan. El mal romántico es éste: es querer la luna como si hubiese manera de obtenerla”.


Y aunque la luna ya parece más cercana, no para los románticos, eso no elimina la esencia de este pequeño párrafo en el que se deja ver con claridad el fundamento primero de la condición humana: el deseo. El sujeto con sus necesidades satisfechas pero aún sintiéndose en falta, enfermando y sufriendo por no saber acerca de esa fuerza inconsciente que lo mueve, que lo mortifica tratando de llenar un vacío irremediable. Como él dice al final de este párrafo: no se puede comer un bollo sin perderlo.


El Livro do Dessasossego es un lugar en el que podremos a menudo detener nuestros pasos con la seguridad de que nos ofrecerá, a los que realizamos la experiencia de un análisis, un camino de palabras familiares.


Veamos como desde ellas, el semi-heterónimo Bernardo Soares nos presenta al sujeto imbuido en la verdad de su desconocimiento, rompiendo con ello ese mito de la emancipación del hombre moderno, para el cual, como sugería al principio, pareciera no haber obstáculos que le impidan llegar a las metas que se propone y que finalmente se constituiría en alguien transparente para sí mismo, en alguien absolutamente dueño de sus actos, es decir, en alguien idéntico a sí mismo. Encontraremos multitud de frases a lo largo del libro que demienten la creencia de ese hombre moderno, frases como las siguientes:


“Ser hombre es no comprender, vivir es ser otro; los sentimientos que más duelen…: el ansia de cosas imposibles, la saudades de lo que nunca hubo, el deseo de lo que podría haber sido, la pena de no ser otro…”


En definitiva: la insatisfacción de la existencia del mundo y del vacío irremediable que nos habita, la división de ser a la vez yo y otro. A esta pequeña constelación de palabras podemos ponerle el siguiente colofón:


“Nadie me conoció bajo la máscara de la igualdad, ni supo nunca que era máscara, porque nadie sabía que en este mundo hay enmascarados. Nadie supo que a mis pies estuviese siempre otro, que al final era yo. Me habían juzgado siempre idéntico a mi”.


Pensemos ahora en el recorrido de un análisis, cuando en principio uno llega con sus ideales inamovibles, con sus leyes, con sus identificaciones, etc. Más tarde o más temprano uno comienza a no sentirse dueño de sus palabras, ellas empiezan a mostrarse colocadas en los lugares más insospechados, en multitud de ocasiones permanecen escondidas, otras veces se fracturan para convocar y exigir el pronunciamiento de nuestro olvido, y acabamos aprendiendo que en realidad no somos sus amos, sino siervos del deseo que vehiculizan. Guiados por ellas, se nos ofrece la posibilidad de un trastocamiento subjetivo que nos permitirá una vez más encontrar en las siguientes palabras de Bernardo Soares la familiaridad de la que antes hablaba:


“Y veo que todo cuanto tengo hecho, todo cuanto tengo pensado, todo cuanto he sido, es una especie de engaño, de locura. Me admiro de lo que conseguí no ver. Extraño cuanto fui y veo que al final no soy. Todos mis gestos más ciertos, mis ideas más claras y mis propósitos más lógicos no fueron al final más que embriaguez nata, locura natural, gran desconocimiento”.


Ilustrativo resulta este párrafo en cuanto muestra el camino que hemos de seguir. En un análisis aprendemos a desaprender, a acercarnos a esas últimas o primeras palabras que a lo largo de nuestra vida fuimos vistiendo con más y más palabras hasta quedar atrapados en una angustia de pasos quietos. Cuánto lastre hemos de soltar para llegar a esas palabras que conforman nuestra verdad subjetiva. Llegar ahí es como entrar en la posada serena del otro heterónimo de Fernando Pessoa: Alberto Caeiro.


Lo esencial es saber ver
Saber ver sin pensar
Saber ver cuando se ve
Y no pensar cuando se ve
Ni ver cuando se piensa.
Pero eso (tristes de nosotros que traemos el alma vestida)
Eso exige un estudio profundo
Un aprendizaje de desaprender.


Desde el balcón de la mirada clara de Caeiro podemos observar como el paisaje natural, inaccesible, es creado como una concreción que pudiera parecer utópica, pero que no lo es tanto si lo pensamos como la verdad de una metáfora. Metáfora que ilustra, plácidamente, esa problemática del ser humano con la cosa a través del lenguaje. En ella podemos ver el límite, la frontera que constituyen esas últimas o primeras palabras a las que podemos llegar en un análisis, después de las cuales nos hallamos ante una dimensión Real que nos resulta inaccesible, por fuera del campo del lenguaje. Con Alberto Caeiro podemos ilustrar ese límite, punto de llegada reposado y calmo donde las cosas se ofrecen nítidas porque derraman todo su único sentido íntimo, el cual es: “No tener sentido íntimo ninguno”.


Se siente que sobre las cosas se sitúa una irremediable palabra, pero sólo una. Ahí sí, se dibuja un horizonte posible como el lugar hacia donde concurren los caminos detumescentes que partieron de aquellos pasos quietos.


Y dicen que las piedras tienen alma
Y que los ríos tienen éxtasis bajo la luna


Pero las flores si sintiesen, no serían flores
Serían gente;
Y si las piedras tuviesen alma, serían cosas vivas, no serían
Piedras;


Y si los ríos tuviesen éxtasis bajo la luna,
Los ríos serían hombres sufrientes.


Es preciso no saber lo que son flores y piedras y ríos
Para hablar de los sentimientos de ellos.
Hablar del alma de las piedras, de las flores, de los ríos,
Es hablar de sí mismo y de sus falsos pensamientos.
Gracias a Dios que las piedras son sólo piedras,
Y que los ríos no son sino ríos,
Y que las flores son solo flores.


Por mí, escribo la prosa de mis versos
Y quedo contento,
Porque sé que comprendo la naturaleza por fuera;
Y no la comprendo por dentro
Porque la naturaleza no tiene dentro;
Si no, no era la naturaleza.


Como colofón deseo que resuene en estas páginas el valor de la ficción, ese verdadero sustento de las vidas, palabras de Jacques Lacan y de Fernando Pessoa evocando formas de la verdad. Las de Jacques Lacan:


“La verdad tiene estructura de ficción”


O las escritas por Pessoa:


El poeta es un fingidor
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que en verdad siente.


Evocar a Fernando Pessoa en el intento de mostrar una articulación de su obra con el psicoanálisis parece congruente. ¿Quién mejor que él expresó la vida como ficción literaria, que hasta construyó en sí ese drama de heterónimos, literalmente, y literariamente, para vestir con elegancia su propio cuerpo? Porque fingir –que no hay que confundir con mentir, como bien observa Ángel Crespo— fingir, en su acepción latina, es amasar, formar, componer, moldear, construir. Si Fernando Pessoa compuso versos, dramas, si amasó en ellos pasiones “que en verdad siente”, podemos tener la certeza de que en su obra literaria no hay más nada que vida –ficción y verdad confundidas, escribiendo sabiduría de incertidumbre. El fingimiento se vuelve entonces valor. La vieja y tantas veces denostada, y hasta peligrosa ficción, se revela como substrato histórico de Vida y Verdad representadas de forma indiferenciada en el escenario excelso del ser poético de Pessoa, en su testimonio escrito, en su memoria construida: literatura. Escenario que se sustenta en su fidelidad al ser, a sus pasiones, a sus afectos, a su vacío, porque sin vacilación y sin temor lo muestra.


Es la hora del poniente para estas palabras, para estos paisajes que acabamos de evocar, creados por ese estado del alma llamado Fernando Pessoa, un encuentro con la belleza trágica de una literatura sin propósito, con la metonimia de un deseo eternamente sin objeto, neblina suave que nos distancia mínimamente de las cosas, el grado cero desde el cual, inconsciente, partió el ser humano hacia su dolor.

miércoles, 7 de abril de 2010

Entrevista a Ernesto S. Sinatra * - Última parte



Entrevista realizada por María Belén Silva

* Director de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) Psicoanalista, Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP); co-fundador del TYA (red de Toxicomanía y Alcoholismo) y autor de "Consecuencias del psicoanálisis" (Anáfora, 1991); "¿Por qué los hombres son como son?" (Atuel, 1993); "La racionalidad del psicoanálisis" (Plural, 1996); "Más allá de las drogas" (Plural, 2000);"De los conceptos a los matemas" (Cuad.del ICBA, 2001); "Nosotros, los hombres" (Tres Haches,2003); "Las entrevistas preliminares y la entrada en análisis" (C.ICBA 2004); "Las neurosis -jeroglíficos, blasones, laberintos-" (C.ICBA, 2009) y "¿Todo sobre las drogas?" de próxima aparición por Grama Ediciones


¿Cuál es su opinión sobre las diferentes instituciones que se especializan en la “rehabilitación” del toxicómano?


Como siempre, hay de todo; pero las instituciones que nos interesan –y las que pretendemos que se consoliden para servirnos de ellas- son aquellas que dan lugar a las diferencias subjetivas, las que no aplastan a sus internos con el nombre de ‘adicto’ pensando que ‘son todos iguales’, sino aquellas que respetan que se trata de algo más que de un proceso químico a resolver, y dan lugar a la intervención del psicoanalista cuando ésta es requerida –por ejemplo, mientras dura una internación de desintoxicación. Pero no debemos olvidar que se trata aquí de una cuestión de reconocimiento de la autoridad analítica –y no sólo de tal o cual analista- y que construirla es nuestra responsabilidad, la de los analistas, haciendo saber qué hacemos y de qué modo y que para ello contamos con los dispositivos de formación que dispensan en nuestra ciudad, por ejemplo, de los que disponemos en la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) y el Instituto Clínico de Buenos Aires(ICBA); como así también con dispositivos Asistenciales (RED Asistencial de la EOL y PAUSA –dedicada a las urgencias subjetivas-) con los que brindamos atención a la comunidad.


¿Cuál es su opinión acerca de las campañas de prevención?

¿Cómo prevenir lo que no se puede dejar de hacer? El límite de las campañas de prevención es el goce que anima justamente eso que se quiere prevenir: hace años una campaña hacía saber que la droga era un viaje de ida…¡Fantástico, si precisamente lo que pretenden una buena parte de los que las consumen es precisamente eso: un viaje de ida sin retorno a las miserias de las cuales se ha partido! Como se ve, es un problema muy difícil pero que no puede soslayarse, ya que se trata de una cuestión de Estado.


Por último y para finalizar me gustaría conocer su opinión sobre el tema de la despenalización de la droga en la Argentina.

Se trata, a mi entender, de un gran debate que está por producirse. Es preciso en primer lugar crear las condiciones para frenar el empuje global al consumo; en segundo lugar aclarar criterios de jurisprudencia, de normas legales, ya que –por ejemplo- no es lo mismo despenalizar que legalizar las condiciones del consumo ya que (una vez más) para el psicoanálisis se trata de que cada quien se haga cargo de las consecuencias de sus actos sobre sí mismo y sobre terceros –y en este punto se entrecruzan lo público y lo privado.